Somos nuestra memoria......

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.

Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino

sábado, 26 de abril de 2014

Dos de Mayo de 1914, el comienzo de un sueño




Este año se cumple un siglo del comienzo de la Primera Guerra Mundial .  Aquellos años de penuria y sufrimientos obligaron a bastantes  europeos  a buscar las Américas.  Uno de ellos fue Ignacio Prieto del Egido, un astorgano que embarcó en Vigo con destino a Buenos Aires, a donde arribó el 2 de Mayo de 1914. Desde allí partió para la Patagonia, aquella región ignota donde aún pervivían los indios Araucanos.  Allí residió 20 años.  Sus vivencias las quiso plasmar en “La novela de la Patagonia”, una obra que su sobrina Julia Gómez Prieto, Profesora Emérita de la Universidad de Deusto y miembro de la Sociedad Geográfica Española, ha reeditado recientemente, conectando con el espíritu de aventura que su tío carnal mantuvo con su amada Patagonia.
  

EMIGRAR HACE UN SIGLO: Los maragatos en Argentina y Uruguay


El primer aspecto de ese impulso que al maragato le empuja a correr mundos, a salir, fue la arriería; el segundo, importantísimo, el de la emigración, sobre todo a los países de Sudamérica y que reviste unas características muy singulares. Hacia dos zonas de América del Sur se dirigió principalmente la emigración maragata: La Argentina y El Uruguay. En La Argentina fueron pobladas y colonizadas por los maragatos las regiones de Patagonia y la Pampa.

Mapa del Centro y Sur de Argentina. www.lugaresdenieve.com

 Ignacio Prieto del Egido -escritor astorgano radicado en la Argentina y excelente poeta- en un ensayo suyo en «El Pensamiento Astorgano », de 19 de Julio de 1966, constata cómo el 8 de junio de 1778 se publicó en Maragatería un bando, ofreciendo a los que quisieran ir a poblar la Patagonia, tierras, semillas, aperos y salarios, y que, en virtud de él, fueron embarcadas familias enteras de maragatos camino de Argentina, en el puerto de La Coruña. Este lugar de origen de la travesía hizo creer a muchos que aquellas gentes eran gallegas,  con lo cual, dice Prieto del Egido, «se pretende restar mérito a los maragatos en aquella empresa de enormes proporciones colonizadoras». 

Ruta hacia el interior por el río Negro, desde Viedma.


Carmen de Patagones fue una fundación maragata;  era un pintoresco pueblo de época colonial, que se situaba en el río Negro, con un fuerte. En la otra orilla estaba Viedma, capital de Río Negro, lugar más moderno y con un convento. Los dos eran rivales sobre un río lleno de pequeñas embarcaciones. Con el tiempo adquirió una vigorosa personalidad comercial e intelectual. 

Los maragatos en Patagones se dedican a las labores agropecuarias habituales: siembran el trigo y hortalizas, plantan frutales, crían cerdos y aves de corral, muelen el grano, preparan jamones, fabrican el vino y el guindado, cuidan el ganado y explotan salinas y saucerías. Comercian también, y activamente, con las tribus, intercambiando productos: por alcohol, hierba, tabaco, galleta, azúcar, bayeta y abalorios obtienen vacas, ovejas, caballos, cueros, plumas, tejidos, pampas y platería. Todo ello revela la capacidad y tesón para el trabajo, y el instinto comercial de los colonizadores maragatos, tan característico de su etnia.

Una hipótesis interesante propone que el traje varonil «gaucho» procede del maragato que, cómodo para la arriería, lo era así mismo para el vivir y el galopar de la Pampa. Las mismas «bragas», más largas y anchas en el gaucho; el mismo ancho cinto; la misma «almilla» hecha blusa; las polainas y el propio amplio sombrero con borlas episcopales, todo de más amplitud en el gaucho que en el maragato, por ser más dinámica la actividad de la Pampa.


Entre los primeros pobladores que llegaron a Uruguay, había también varias familias de maragatos venidas de Astorga,  que se establecieron cerca de las grandes propiedades que tenía entonces la Compañía de Jesús.  Santiago de Montevideo y San José del Uruguay fueron fundaciones  maragatas; y topónimos como el arroyo Astorga, revelan sin duda su origen.  

La Familia  Alonso Criado


Una de mis investigaciones actuales se centra en una familia de Quintanilla de Somoza, en La Maragatería, – los Alonso Criado –, cuyos 4 hijos varonesMatías, Manuel,  Daniel y  Santiago, protagonizaron una auténtica “saga familiar”, al irse instalando en Argentina (y también en Uruguay),  a medida que finalizaban sus estudios universitarios en Salamanca y Madrid.

¿Por qué esta investigación? Sencillamente porque Santiago Alonso Criado fue mi tío-abuelo materno ( y también padrino ),  y fue el único de los cuatro hermanos que regresó a Astorga, donde desempeñó el cargo de Cónsul  de Argentina entre 1902 y 1939.  Precisamente en la denominada “ Casa del Cónsul”vivía Ignacio cuando llegó su tío político desde América. Con estas premisas no es extraño que Prieto del Egido  eligiera Argentina para una nueva vida . 

Casa del Consul en la Plaza Mayor de Astorga. Hoy Hotel Astur Plaza.

 

La emigración española

 

A finales del XIX, la emigración española a Ultramar era impresionante. Entre 1880 y 1930 llegaban un promedio de 70.000 personas al año. El Censo argentino de 1914 alcanzaba casi los 8 millones de habitantes, cuando en 1869 no llegaban a 2 millones.  Era un “ país nuevo “ con un desarrollo enorme en agricultura y ganadería, de las que exportaban en gran manera.  Necesitaban brazos, manos, colonos que se encargaran de millones de hectáreas de cultivo; de los 25 millones de cabezas de vacuno, de los 8 millones de equinos, de los 43 millones de lanares, etc. De ahí nace la  Política de Pasajes Subsidiados y los millones de empleos que se encontraban al pisar tierras americanas. Como apoyo, en 1876, el gobierno de Nicolás Avellaneda sancionó la Ley de Inmigración y Colonización

Persiguiendo un sueño


Las causas de la emigración española en masa son fáciles de entender:  la mala situación política y económica; las Guerras carlistas, europeas y coloniales; el hambre,  el afán de progresar y el intento de escapar del Servicio Militar.  La Guerra de Marruecos ó del Rif, obligó en 1909 al envío de 40.000 soldados a tierras marroquíes, dando lugar al levantamiento conocido como la Semana  Trágica de Barcelona. 

Nacido en 1895, Ignacio estaba  - en 1914 – a punto de entrar en filas. Y no se lo pensó dos veces. Con el apoyo de su tío el cónsul, embarcó en Vigo camino del Nuevo Mundo.  Además no era un  emigrante al uso, sino que  “iba a tiro fijo” : allí le esperaban sus parientes, los Alonso Criado.

Ignacio  era hijo y nieto de comerciantes, y había estudiado Perito Mercantil para seguir el negocio familiar. Sabía por tanto de números, y los practicaba a diario; pero él era hombre de letras. Su sueño era hacer fortuna para después poder dedicarse a escribir toda su vida. Le decían:  ¡vete a la Patagonia, allí está el porvenir ¡ Y él pensaba: “ si estoy allí 10 años y hago dinero, ya seré libre para realizar mi sueño; ya seré dueño de mi tiempo, habré conquistado mi independencia y podré cultivar  las inclinaciones de mi espíritu “.

Edición  Marzo 2013
La Novela de la Patagonia es por tanto la “historia de un sueño” . Es posible que el autor llevara un Diario de Viaje, porque era meticuloso y ordenado con ideas, sentimientos,  datos y experiencias que luego argumentaron su novela. Su vida fue una permanente aventura tras el ideal, siempre acompañado por un baúl de libros. Recién llegado a Buenos Aires, entró en el Banco Mercantil como tenedor de libros; pero su espíritu inquieto necesitaba de otros horizontes, y se dispuso a realizar su plan. Unos comerciantes mayoristas conocidos suyos, le proporcionaron un empleo en una casa de Ramos Generales del Neuquén.  Preparó sus bártulos y partió hacia el futuro.

El espíritu de aventura 

Cabe preguntarse por qué “debía” ir Ignacio a la Patagonia. Acerquémonos a la historia de aquellos territorios tan desconocidos, incluso para los propios argentinos de la época. A principios del siglo XIX, cercano ya el momento de la Independencia argentina, una gran parte del territorio actual patagónico, estaba en manos de los aborígenes. Ni siquiera los españoles de la colonia habían podido llegar a dominarlos, de forma que al final del período colonial, la mayor parte del territorio argentino actual era ajeno al dominio español. Eran los indios mapuches  y tehuelches, todos con un gran dominio del caballo y por tanto de la estepa patagónica. Los mapuches dominaban hasta el litoral del Pacífico, en territorio hoy chileno; también se les llamaba araucanos. 

Los gobiernos que se sucedían en Buenos Aires, preparaban vastas expediciones militares para “ correr hacia el sur “ a estas tribus lideradas por sus indómitos caciques. En 1879 el General Roca realiza la mayor campaña militar, que habría de continuar en otras dos posteriores, entre 1881 y 1884. Se llamará  la Conquista del Desierto “ según los militares ó “ el Gran Malón Blanco  en la versión indígena. Además las tierras del interior  “no dominadas”, eran consideradas por otros países como “ terra nullius” . Entre ellos Francia, el Reino Unido —que ya le había arrebatado las islas Malvinas— y Chile, que ya contaba con una floreciente colonia como  Punta Arenas  sobre el estrecho de Magallanes. 

La Conquista del Desierto. Obra de J. M. Blanco. Año 1889. Museo Hco. Nacional

Por tanto, el éxito militar de la Conquista del Desierto, sumó millones de hectáreas al control efectivo de la República Argentina. Estas enormes extensiones sureñas fueron adjudicadas a bajo precio, o directamente regaladas, a terratenientes y políticos influyentes. A veces era una compañía extranjera la que compraba y cercaba todo el campo, para criar vacas y ovejas. Planicie de pastos con ovejas puras de luicolu, destinadas a mejorar la raza criolla. Lo mismo que hoy en día. Al propio tiempo aparecieron en Patagonia los comerciantes, atraídos por los nuevos inquilinos y por la proximidad de Chile y del potencial  comercio transandino.  

Comercio, ranchos y bolicheros

Algunos de estos mayoristas eran maragatos, como Pedro de la Vega, que se estableció en Chos Malal, Andacollo, El Quinche  y Barbar-có, lugar este último, donde se asoció con Ignacio. Otros eran ingleses como Enrique Dewey, en cuyo comercio de Chos Malal trabajó también Ignacio. Lo habitual era que el comerciante viviera en Buenos Aires y el contable fuera su socio industrial local. Las grandes distancias, los pocos nuevos poblados y la casi ausencia de carreteras convirtieron a estos “colmados”, en puntos de encuentro en las estepas patagónicas. Las carreteras, los caminos, los hicieron los  pioneros con sus carretas; se viajaba en caballo y las recuas de mulares portaban las mercaderías. Las mulas, con sus penachos y pompones de colores, marchaban en tropas conducidas por 1 ó 2 mulateros. Cuando se ponían nerviosas las bestias y peligraba la recua, la solución era echarles un trapo sobre los ojos: ¡ se paraban en seco, espantadas!  

Con los nuevos dueños y el comercio nacieron los “Boliches” y los Ramos Generales. Allí donde había una encrucijada, un río, unas chozas, se levantaba un “boliche”, palabra criolla y gaucha que habla de almacenes y despensas. Cuando el boliche está consolidado o ubicado en zona urbana, pasa a ser denominado de “ ramos generales”, expresión más foránea , aunque más expresiva. 

El Almacén de Ramos Generales de Chos Malal


Ignacio va a estar casi un año en el Almacén de Ramos Generales de Enrique Dewey en Chos Malal. Este negocio, nacido 1903, contaba con un escritorio (oficina) y un  depósito, y funcionó hasta 1935. Fue, además, la primera edificación de ladrillo levantada en este lugar, que era un pueblo de adobe. Los materiales utilizados se compraron a la compañía importadora de John Wright con sede en Buenos Aires. Al local se le puso una iluminación interior  de lámparas de carburo. 

Edificio histórico de Ramos Generales. Familia Dewey. Chos Malal. Foto Julia GP


Observar actualmente su fachada y recorrer el interior de las instalaciones de este almacén de principios de siglo, produce la extraña sensación de que aún sigue funcionando. Sus objetos testimonian el pasado comercial y permiten mantener viva  parte de esa historia. En las ordenadas estanterías se exhiben todo tipo de envases de lata, de cartón y de vidrio: algunos de ellos, con inscripciones que hacen alusión al origen paraguayo de la yerba o a la procedencia inglesa del té que se vendía. No pasa desapercibida la variedad de botellones de vidrio  de distintos tipos de bebidas, ni los cajones de madera con sus respectivas tapas – tipo baúl –, donde se almacenaba la harina y el azúcar. 

En el escritorio de comercio no solo se conserva el mobiliario, sino también los catálogos de las casas mayoristas, los recibos y boletas de provisión de mercaderías; así como una colección de diarios y revistas de la época. ¿Cuántas horas diarias pasó Ignacio en este escritorio? ¿Cuántas  facturas y pedidos realizó ó cuantos artículos escribió?.., Nunca lo sabremos, pero si tenemos la certeza de que allí vivió y trabajo hacia el año 1918. 

Interior del Comercio Casa Dewey. Chos Malal. Foto Julia GP

El hechizo de la Patagonia 

Así describe Ignacio las impresiones y vivencias de Germán, su "alter ego" en la Novela, ante la inmensa Patagonia:

 Indudablemente la Patagonia tenía su hechizo. Y Germán sufrió sus efectos.  Había recorrido sobre el lomo de un caballo sus paisajes maravillosos y contorneado sus cerros múltiples, contemplando sus salidas y puestas de sol indescriptibles. Se había admirado con la magnificencia de sus volcanes y las crestas andinas coronadas por la nieve, y se extasiaba con  tanta belleza, tanto misterio y tanta quietud como imperaba en aquel océano pétreo.

Aparecía el desierto, soledad sin progreso ni civilización, dejada de la mano por el gobierno central, donde prevalecía la ley del más fuerte. El carácter de Germán se va afirmando a medida que  su comunión con la tierra se va consolidando. Esa unión dará sus frutos en la personalidad del joven, cuyo más notorio sentimiento será la libertad. Se sentía dichoso  en aquella amplitud pétrea, en aquella infinitud cósmica. 

Volcán Domuyo de 4.709 mts. Foto Wikipedia


Germán advirtió por todas partes, no solo la existencia de panoramas y bellezas naturales inenarrables, sino de riquezas ingentes, de minerales de todas clases, que esperaban – y quien sabe por cuántos años – a que los poderes públicos dirigiesen hacia ellos su mirada. Oro, petróleo, cobre, plata, carbón, sal, azufre, aluminio …. constituyendo riquezas incalculables, esperaban la carretera y el ferrocarril que coadyuvasen a su explotación, para convertirse en ingreso seguro y cuantioso para la administración nacional, aumentando en forma considerable  el tesoro público y proporcionando trabajo al pueblo. 

Germán lamentaba esta desidia del gobierno central  que no sabía sino mimar a la capital federal, verdadera sala de recibo del país, con un total olvido del interior; de todos esos tesoros que esperan el golpecito de la vara mágica que los haga surgir.  

Todas las noches leía hasta dormirse; leía y escribía para el Diario de Neuquén, Bahía,  Blanca y Buenos Aires. Jugaba a la taba, al truco y al monte sobre el mostrador. En las apuestas de carreras de caballos a 200 metros y a la uña ( a pelo ), siempre le ganaba un indio.  Disfrutó mucho en Chos Malal. Era un  pueblo pintoresco, como un oasis con  arboleda frondosa y buenos ríos; con calles y plazas  Todas las casas de adobe, pero con calles arboladas con acacias, sauces y álamos. Había un fuerte ( anti-indios), comisaría  y una iglesia con campanario . Correos, casas, comercios y viviendas. El centro la Plaza de San Martin con su estatua y la Plaza Vicente López con estatua del general  Sarmiento. Escuelas, hoteles, cafés, farmacia y profesionales  con placa en la puerta. También había chacras, viñedos y frutales. Las familias atendían sus viñas y sus alambiques pues cada familia chosmalense  podía decirse que tenía una bodega y una destilería. Todo el mundo hacia su vino y su aguardiente, ya de uva, ya de durazno.   

Era todo un lujo de ciudad fundada por el coronel Manuel José de Olascoaga  el 4 agosto de  1887. Era la civilización injertada en los Andes. Creció tanto que el 14 de mayo de 1888 fue declarada capital provincial. Cuando Ignacio llegó a Chos Malal, la capitalidad del Neuquén, ya había sido trasferida en 1904, pero el comercio y la vida se mantenía. Allí trabajó en los Ramos Generales del Sr. Dewey, durante un año. Una propuesta para ser co-patrón le llevaría a Barbar-có, donde, pistola al cinto, se hizo gaucho, montó su rancho  y  fue feliz  mientras pudo.

Situación del rancho de Ignacio en Barbar-có ( ahora Varvarcó)

Los Indios Araucanos


Los bonaerenses tenían una imagen de los indios patagónicos como de gente que vivían entre peñascos,  suponiéndolos  desnudos, armados de arcos y flechas, y adornados con plumas. Nada más llegar a Zapala tuvo su primera visión de los araucanos y fue una visión tranquila; vestían ropas camperas y eran  trabajadores, tranquilos, respetuosos, aunque sumisos y desconfiados por las perrerías de los "cristianos" antaño. Además tenían vista de lince para ver avestruces y guanacos, siendo esenciales para los mulateros  en aquellos descampados. 


Los indios del Neuquén son araucanos y también se les llama tehuelches, como todos los de Patagonia. A Ignacio le cayeron muy bien y se propuso aprender su lengua. Tenía un indio amigo,  Curileo, que le enseñaba el araucano. A los indios les hablaba un poco en araucano y algunos se asustaban. Los indios le llamaban “ patrún “ y siempre preguntaban en gerundio. Vestían alpargatas ó botas de potro y bombachas, amén del insustituible ponchito de fabricación casera. Solían montar un chucito  ( caballo de talla baja ) con apero de cuero de oveja, y habitaban en rancho de pirca de piedras y techo de carrizo ó de cuero.  

 Ignacio sentía simpatía por los indios. Veía en ellos las víctimas  propiciatorias de la civilización,  los parias de la región,  los desheredados; y no solo aprendió su lengua sino que observó, estudió e investigó cuanto pudo acerca de sus hábitos de vida y costumbres. Y tomó apuntes para usarlos algún día. Por ello, en  “La Novela de la Patagonia “ les dedica 50 páginas que son  todo un tratado de etnografía araucana.     
 

Viaje a un pasado con futuro 

   

Marzo de 2013. Tras la reedición de La Novela de la Patagonia, su sobrina Julia, que estas líneas escribe, hace el mismo recorrido que su tío Ignacio Prieto del Egido,  tras presentar la obra en Neuquén. Dos entrañables  amigos neuquinos, Elizabeth  Dziadek , periodista  y su esposo, Juan Carlos,  nos acompañaron por los mismos caminos – hoy casi todos asfaltados – que Ignacio recorriera en tiempos, y disfrutamos de muchos de sus amados paisajes. 

En Zapala ya no funciona el tren pero cuenta con una magnífica Oficina de Turismo a la entrada de la ciudad. No muy lejos, los dinosaurios han llenado un Museo Paleontológico.  En Chos Malal, el edificio de Ramos Generales es propiedad municipal, y su interior se conserva  tal y como  lo fue en tiempos, pero hoy como Museo del Comercio y del Vino. 

En sus ríos  de estepa de hace Rafting,  los montañeros visitan el Domuyo ( el pico más alto de la Patagonia ) y las aguas sulfurosas del volcán Copahue conforman hoy una estación termal. La Provincia del Neuquén, recostada sobre la Cordillera de los Andes, basa actualmente  su economía en sus frutas, ganadería y vinos. También diversos tipos de Turismo. Y su futura gran baza económica es  el yacimiento petrolífero y gasístico  de la Vaca Muerta, descubierto por lRepsol y de tan reciente actualidad.  

Museo Paleontológico de Plaza Huincul. Camino de Zapala

Ignacio Prieto del Egido fue socio-comerciante en Buta Ranquil  durante 12 años. Regresó a Buenos Aires en 1935. En 1938 publicó La novela de la Patagonia  Había cumplido su sueño. Dedicó el resto de su vida a la literatura y la creación:  fue autor de poesía, teatro y cuentos; conferenciante, crítico   literario,  así como articulista en  prensa y revistas españolas y argentinas. Falleció en Buenos Aires en 1966. 

Para consultar su vida y sus obras  ver    www.lanoveladelapatagonia.com
Para solicitar ejemplares del libro  info@lanoveladelapatagonia.com





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