Este año se cumple un siglo del comienzo de
la Primera Guerra Mundial . Aquellos
años de penuria y sufrimientos obligaron a bastantes europeos
a buscar las Américas. Uno de
ellos fue Ignacio Prieto del Egido,
un astorgano que embarcó en Vigo con destino a Buenos Aires, a donde arribó el
2 de Mayo de 1914. Desde allí partió para la Patagonia, aquella región ignota
donde aún pervivían los indios Araucanos.
Allí residió 20 años. Sus
vivencias las quiso plasmar en “La
novela de la Patagonia”, una obra que su sobrina Julia Gómez Prieto, Profesora Emérita de la Universidad de Deusto y
miembro de la Sociedad Geográfica Española, ha reeditado recientemente, conectando con el espíritu de aventura que
su tío carnal mantuvo con su amada Patagonia.
EMIGRAR HACE UN SIGLO: Los maragatos en Argentina y Uruguay
El primer aspecto de ese impulso que al
maragato le empuja a correr mundos, a salir, fue la arriería; el segundo,
importantísimo, el de la emigración,
sobre todo a los países de Sudamérica y que reviste unas características muy
singulares. Hacia dos zonas de América del Sur se dirigió principalmente
la emigración maragata: La Argentina y El
Uruguay. En La Argentina fueron pobladas y colonizadas por los maragatos
las regiones de Patagonia y la Pampa.
Ignacio Prieto del Egido -escritor astorgano radicado en la Argentina
y excelente poeta- en un ensayo suyo en «El Pensamiento Astorgano », de 19 de Julio de 1966,
constata cómo el 8 de junio de 1778
se publicó en Maragatería un bando, ofreciendo a los que quisieran ir a poblar
la Patagonia, tierras, semillas, aperos y salarios, y que, en virtud de él,
fueron embarcadas familias enteras de maragatos camino de Argentina, en el
puerto de La Coruña. Este lugar de origen de la travesía hizo creer a muchos que aquellas gentes eran gallegas, con
lo cual, dice Prieto del Egido, «se
pretende restar mérito a los maragatos en aquella empresa de enormes
proporciones colonizadoras».
Ruta hacia el interior por el río Negro, desde Viedma. |
Carmen de Patagones fue una fundación maragata; era
un pintoresco pueblo de época colonial, que se situaba en el río Negro, con un fuerte. En la otra orilla estaba Viedma, capital de Río Negro, lugar más
moderno y con un convento. Los dos eran rivales sobre un río lleno de pequeñas
embarcaciones. Con el tiempo adquirió una vigorosa personalidad comercial e
intelectual.
Los maragatos en Patagones se dedican a las labores agropecuarias habituales: siembran el trigo y hortalizas,
plantan frutales, crían cerdos y aves de corral, muelen el grano,
preparan jamones, fabrican el vino y el guindado, cuidan el ganado y
explotan salinas y saucerías. Comercian también, y activamente, con las
tribus, intercambiando productos: por alcohol, hierba, tabaco, galleta, azúcar,
bayeta y abalorios obtienen vacas, ovejas, caballos, cueros, plumas, tejidos,
pampas y platería. Todo ello revela la capacidad y tesón para el trabajo, y el
instinto comercial de los colonizadores maragatos, tan característico de su etnia.
Una hipótesis interesante propone que el traje varonil «gaucho» procede del
maragato que, cómodo para la arriería, lo era así mismo para el vivir y el galopar
de la Pampa. Las mismas «bragas», más largas y anchas en el gaucho; el mismo ancho cinto;
la misma «almilla» hecha blusa; las polainas y el propio amplio sombrero con
borlas episcopales, todo de más amplitud en el gaucho que en el maragato, por
ser más dinámica la actividad de la Pampa.
Entre los primeros pobladores que
llegaron a Uruguay, había también varias familias de maragatos venidas de
Astorga, que se establecieron cerca de las
grandes propiedades que tenía entonces la Compañía de Jesús. Santiago
de Montevideo y San José del Uruguay fueron fundaciones maragatas; y topónimos como el arroyo Astorga, revelan sin
duda su origen.
La Familia Alonso Criado
Una de mis investigaciones
actuales se centra en una familia de Quintanilla de Somoza, en La Maragatería, – los Alonso Criado –, cuyos 4 hijos
varones, Matías, Manuel, Daniel y
Santiago, protagonizaron una auténtica “saga familiar”, al irse instalando
en Argentina (y también en Uruguay), a medida que finalizaban sus estudios
universitarios en Salamanca y Madrid.
¿Por qué esta investigación? Sencillamente porque Santiago Alonso Criado fue mi tío-abuelo materno ( y también padrino ), y fue el único de los cuatro hermanos que regresó a Astorga, donde
desempeñó el cargo de Cónsul de
Argentina entre 1902 y 1939.
Precisamente en la denominada “ Casa del Cónsul”, vivía Ignacio cuando llegó su tío político
desde América. Con estas premisas no es extraño que Prieto del Egido eligiera
Argentina para una nueva vida .
La emigración española
A finales del XIX, la
emigración española a Ultramar era impresionante. Entre 1880 y 1930
llegaban un promedio de 70.000 personas al año. El Censo argentino de 1914
alcanzaba casi los 8 millones de habitantes, cuando en 1869 no llegaban a 2
millones. Era un “ país nuevo “ con un
desarrollo enorme en agricultura y ganadería, de las que exportaban en gran
manera. Necesitaban brazos, manos, colonos
que se encargaran de millones de hectáreas de cultivo; de los 25 millones
de cabezas de vacuno, de los 8 millones de equinos, de los 43 millones de lanares, etc. De
ahí nace la Política
de Pasajes Subsidiados y los millones de empleos que se encontraban al
pisar tierras americanas. Como apoyo, en
1876, el gobierno de Nicolás Avellaneda sancionó la Ley de Inmigración y Colonización
Persiguiendo un sueño
Las causas de la emigración española en masa
son fáciles de entender: la mala
situación política y económica; las Guerras carlistas, europeas y coloniales;
el hambre, el afán de progresar y el
intento de escapar del Servicio Militar.
La Guerra de Marruecos ó del Rif,
obligó en 1909 al envío de 40.000 soldados a tierras marroquíes, dando lugar al levantamiento conocido como
la Semana Trágica de Barcelona.
Nacido en 1895, Ignacio estaba - en 1914 – a punto de entrar en filas. Y no
se lo pensó dos veces. Con el apoyo de su tío el cónsul, embarcó en Vigo camino
del Nuevo Mundo. Además no era un emigrante al uso, sino que “iba a
tiro fijo” : allí le esperaban sus parientes, los Alonso Criado.
Ignacio era hijo y nieto de
comerciantes, y había estudiado Perito
Mercantil para seguir el negocio familiar. Sabía por tanto de números, y los practicaba a diario; pero él era hombre
de letras. Su sueño era hacer fortuna para después poder dedicarse a escribir
toda su vida. Le decían: ¡vete a la
Patagonia, allí está el porvenir ¡ Y él pensaba: “ si estoy allí 10 años y hago
dinero, ya seré libre para realizar mi sueño; ya seré dueño de mi tiempo,
habré conquistado mi independencia y podré cultivar las inclinaciones de mi espíritu “.
Edición Marzo 2013 |
La Novela de la Patagonia es por tanto la “historia de un sueño” . Es posible
que el autor llevara un Diario de Viaje, porque era meticuloso y ordenado con ideas,
sentimientos, datos y experiencias que luego
argumentaron su novela. Su vida fue una permanente aventura tras el ideal, siempre
acompañado por un baúl de libros. Recién llegado a Buenos Aires, entró en el
Banco Mercantil como tenedor de libros; pero su espíritu inquieto necesitaba de
otros horizontes, y se dispuso a realizar su plan. Unos comerciantes mayoristas
conocidos suyos, le proporcionaron un empleo en una casa de Ramos Generales del
Neuquén. Preparó sus bártulos y partió
hacia el futuro.
El espíritu de aventura
Cabe preguntarse por qué “debía” ir Ignacio a la
Patagonia. Acerquémonos a la historia de aquellos territorios tan desconocidos,
incluso para los propios argentinos de la época. A principios del siglo XIX,
cercano ya el momento de la Independencia argentina, una gran parte del territorio actual
patagónico, estaba en manos de los aborígenes. Ni siquiera los españoles de la colonia habían podido llegar a dominarlos, de forma que al final del período colonial, la
mayor parte del territorio argentino actual era ajeno al dominio español. Eran
los indios mapuches y tehuelches,
todos con un gran dominio del caballo y por tanto de la estepa patagónica. Los
mapuches dominaban hasta el litoral del Pacífico, en territorio hoy chileno;
también se les llamaba araucanos.
Los gobiernos que se sucedían en Buenos
Aires, preparaban vastas expediciones militares para “ correr hacia el sur “ a
estas tribus lideradas por sus indómitos caciques. En 1879 el General Roca
realiza la mayor campaña militar, que habría de continuar en otras dos posteriores,
entre 1881 y 1884. Se llamará “ la
Conquista del Desierto “ según los militares ó “ el Gran Malón Blanco” en la versión indígena. Además las tierras
del interior “no dominadas”, eran
consideradas por otros países como “ terra nullius” . Entre ellos Francia, el Reino Unido —que ya le había arrebatado las islas Malvinas—
y Chile, que ya contaba con una floreciente colonia como Punta Arenas sobre el estrecho de Magallanes.
La Conquista del Desierto. Obra de J. M. Blanco. Año 1889. Museo Hco. Nacional |
Por tanto, el éxito militar de la
Conquista del Desierto, sumó millones de
hectáreas al control efectivo de la República Argentina. Estas enormes
extensiones sureñas fueron adjudicadas a bajo precio, o directamente regaladas,
a terratenientes y políticos influyentes. A veces era una compañía extranjera
la que compraba y cercaba todo el campo, para criar vacas y ovejas. Planicie de
pastos con ovejas puras de luicolu, destinadas a mejorar la raza criolla. Lo
mismo que hoy en día. Al propio tiempo aparecieron en Patagonia los comerciantes,
atraídos por los nuevos inquilinos y por la proximidad de Chile y del
potencial comercio transandino.
Comercio, ranchos y bolicheros
Algunos de estos mayoristas eran maragatos,
como Pedro de la Vega, que se estableció en Chos Malal, Andacollo, El
Quinche y Barbar-có, lugar este último, donde
se asoció con Ignacio. Otros eran ingleses como Enrique Dewey, en cuyo comercio
de Chos Malal trabajó también Ignacio. Lo habitual era que el comerciante
viviera en Buenos Aires y el contable fuera su socio industrial local. Las
grandes distancias, los pocos nuevos poblados y la casi ausencia de carreteras
convirtieron a estos “colmados”, en puntos de encuentro en las estepas
patagónicas. Las carreteras, los caminos, los hicieron los
pioneros con sus carretas; se viajaba en caballo y las recuas de mulares
portaban las mercaderías. Las mulas, con sus penachos y pompones de colores,
marchaban en tropas conducidas por 1 ó 2 mulateros. Cuando se ponían nerviosas las
bestias y peligraba la recua, la solución era echarles un trapo sobre los ojos: ¡ se
paraban en seco, espantadas!
Con los nuevos dueños y el comercio
nacieron los “Boliches” y los Ramos Generales. Allí donde había
una encrucijada, un río, unas chozas, se levantaba un “boliche”, palabra
criolla y gaucha que habla de almacenes y despensas. Cuando el boliche está
consolidado o ubicado en zona urbana, pasa a ser denominado de “ ramos generales”, expresión más foránea
, aunque más expresiva.
El Almacén de Ramos Generales de Chos Malal
Ignacio va a estar casi un año en el Almacén de Ramos Generales de
Enrique Dewey en Chos Malal. Este
negocio, nacido 1903, contaba con un escritorio (oficina) y un depósito, y funcionó hasta 1935. Fue, además,
la primera edificación de ladrillo levantada en este lugar, que era un pueblo de
adobe. Los materiales utilizados se compraron a la compañía importadora de John
Wright con sede en Buenos Aires. Al local se le puso una iluminación
interior de lámparas de carburo.
Edificio histórico de Ramos Generales. Familia Dewey. Chos Malal. Foto Julia GP |
Observar actualmente su fachada y
recorrer el interior de las instalaciones de este almacén de principios de
siglo, produce la extraña sensación de que aún sigue funcionando. Sus objetos
testimonian el pasado comercial y permiten mantener viva parte de esa historia. En las ordenadas
estanterías se exhiben todo tipo de envases de lata, de cartón y de vidrio:
algunos de ellos, con inscripciones que hacen alusión al origen paraguayo de la
yerba o a la procedencia inglesa del té que se vendía. No pasa desapercibida la
variedad de botellones de vidrio de
distintos tipos de bebidas, ni los cajones de madera con sus respectivas tapas
– tipo baúl –, donde se almacenaba la harina y el azúcar.
En el escritorio de
comercio no solo se conserva el mobiliario, sino también los catálogos de
las casas mayoristas, los recibos y boletas de provisión de mercaderías; así
como una colección de diarios y revistas de la época. ¿Cuántas horas diarias
pasó Ignacio en este escritorio? ¿Cuántas facturas y pedidos realizó ó cuantos
artículos escribió?.., Nunca lo sabremos, pero si tenemos la certeza de que allí
vivió y trabajo hacia el año 1918.
Interior del Comercio Casa Dewey. Chos Malal. Foto Julia GP |
El hechizo de la Patagonia
Así describe Ignacio las impresiones y vivencias de Germán, su "alter ego" en la Novela, ante la inmensa Patagonia:
Indudablemente la Patagonia tenía su
hechizo. Y Germán sufrió sus efectos. Había recorrido sobre el lomo de un caballo
sus paisajes maravillosos y contorneado sus cerros múltiples, contemplando sus
salidas y puestas de sol indescriptibles. Se había admirado con la magnificencia de sus
volcanes y las crestas andinas coronadas por la nieve, y se extasiaba con tanta belleza, tanto misterio y tanta quietud
como imperaba en aquel océano pétreo.
Aparecía el desierto, soledad sin
progreso ni civilización, dejada de la mano por el gobierno central, donde prevalecía
la ley del más fuerte. El carácter de Germán se va afirmando a medida que su comunión con la tierra se va consolidando.
Esa unión dará sus frutos en la personalidad del joven, cuyo más notorio
sentimiento será la libertad. Se sentía dichoso
en aquella amplitud pétrea, en aquella infinitud cósmica.
Volcán Domuyo de 4.709 mts. Foto Wikipedia |
Germán advirtió por todas partes, no
solo la existencia de panoramas y bellezas naturales inenarrables, sino de
riquezas ingentes, de minerales de todas clases, que esperaban – y quien sabe
por cuántos años – a que los poderes públicos dirigiesen hacia ellos su mirada.
Oro, petróleo, cobre, plata, carbón, sal, azufre, aluminio …. constituyendo
riquezas incalculables, esperaban la carretera y el ferrocarril que coadyuvasen
a su explotación, para convertirse en ingreso seguro y cuantioso para la
administración nacional, aumentando en forma considerable el tesoro público y proporcionando trabajo al
pueblo.
Germán lamentaba esta desidia del gobierno central que no sabía sino mimar a la capital federal,
verdadera sala de recibo del país, con un total olvido del interior; de todos
esos tesoros que esperan el golpecito de la vara mágica que los haga
surgir.
Todas las noches leía hasta dormirse;
leía y escribía para el Diario de Neuquén, Bahía, Blanca y Buenos Aires. Jugaba a la taba, al
truco y al monte sobre el mostrador. En las apuestas de carreras de caballos a
200 metros y a la uña ( a pelo ), siempre le ganaba un indio. Disfrutó mucho en Chos Malal. Era un pueblo pintoresco, como un oasis con arboleda frondosa y buenos ríos; con calles y
plazas Todas las casas de adobe, pero con
calles arboladas con acacias, sauces y álamos. Había un fuerte ( anti-indios),
comisaría y una iglesia con campanario .
Correos, casas, comercios y viviendas. El centro la Plaza de San Martin con su
estatua y la Plaza Vicente López con estatua del general Sarmiento. Escuelas, hoteles, cafés, farmacia
y profesionales con placa en la puerta.
También había chacras, viñedos y frutales. Las familias atendían sus viñas y sus
alambiques pues cada familia chosmalense podía decirse que tenía una bodega y una
destilería. Todo el mundo hacia su vino y su aguardiente, ya de uva, ya de
durazno.
Era todo un lujo de ciudad
fundada por el coronel Manuel José de Olascoaga
el 4 agosto de 1887. Era la
civilización injertada en los Andes. Creció tanto que el 14 de mayo de 1888 fue
declarada capital provincial. Cuando Ignacio llegó a Chos Malal, la capitalidad
del Neuquén, ya había sido trasferida en 1904, pero el comercio y la vida se
mantenía. Allí trabajó en los Ramos Generales del Sr. Dewey, durante un año.
Una propuesta para ser co-patrón le llevaría a Barbar-có, donde, pistola al
cinto, se hizo gaucho, montó su rancho y
fue feliz mientras pudo.
Los Indios Araucanos
Los bonaerenses tenían una imagen de los
indios patagónicos como de gente que vivían entre peñascos, suponiéndolos
desnudos, armados de arcos y flechas, y adornados con plumas. Nada más
llegar a Zapala tuvo su primera visión de los araucanos y fue una visión tranquila;
vestían ropas camperas y eran trabajadores, tranquilos, respetuosos, aunque
sumisos y desconfiados por las perrerías de los "cristianos" antaño. Además
tenían vista de lince para ver avestruces y guanacos, siendo esenciales para
los mulateros en aquellos descampados.
Los indios del Neuquén son araucanos y
también se les llama tehuelches, como todos los de Patagonia. A Ignacio le
cayeron muy bien y se propuso aprender su lengua. Tenía
un indio amigo, Curileo, que le enseñaba el araucano. A los indios les
hablaba un poco en araucano y algunos se asustaban. Los indios le llamaban “
patrún “ y siempre preguntaban en gerundio. Vestían alpargatas ó botas de potro
y bombachas, amén del insustituible ponchito de fabricación casera. Solían
montar un chucito ( caballo de talla
baja ) con apero de cuero de oveja, y habitaban en rancho de pirca de piedras y
techo de carrizo ó de cuero.
Ignacio
sentía simpatía por los indios. Veía en ellos las víctimas propiciatorias de la civilización, los parias de la región, los desheredados; y no solo aprendió su
lengua sino que observó, estudió e investigó cuanto pudo acerca de sus hábitos
de vida y costumbres. Y tomó apuntes para usarlos algún día. Por ello, en “La Novela de la Patagonia “ les dedica 50
páginas que son todo un tratado de
etnografía araucana.
Viaje a un pasado con futuro
Marzo de 2013. Tras la reedición de La
Novela de la Patagonia, su sobrina Julia, que estas líneas escribe, hace el
mismo recorrido que su tío Ignacio Prieto del Egido, tras presentar la obra en Neuquén. Dos
entrañables amigos neuquinos, Elizabeth Dziadek , periodista y su esposo, Juan Carlos, nos
acompañaron por los mismos caminos – hoy casi todos asfaltados – que Ignacio
recorriera en tiempos, y disfrutamos de muchos de sus amados paisajes.
En Zapala
ya no funciona el tren pero cuenta con una magnífica Oficina de Turismo a la entrada
de la ciudad. No muy lejos, los dinosaurios han llenado un Museo
Paleontológico. En Chos Malal, el
edificio de Ramos Generales es propiedad municipal, y su interior se
conserva tal y como lo fue en tiempos, pero hoy como Museo del
Comercio y del Vino.
En sus ríos de
estepa de hace Rafting, los montañeros
visitan el Domuyo ( el pico más alto de la Patagonia ) y las aguas sulfurosas
del volcán Copahue conforman hoy una estación termal. La Provincia del Neuquén,
recostada sobre la Cordillera de los Andes, basa actualmente su economía en sus frutas, ganadería y vinos.
También diversos tipos de Turismo. Y su futura gran baza económica es el yacimiento petrolífero y gasístico de la Vaca Muerta, descubierto por lRepsol y
de tan reciente actualidad.
Ignacio Prieto del Egido fue
socio-comerciante en Buta Ranquil
durante 12 años. Regresó a Buenos Aires en 1935. En 1938 publicó La novela de la Patagonia Había cumplido su sueño. Dedicó el resto de
su vida a la literatura y la creación:
fue autor de poesía, teatro y cuentos; conferenciante, crítico literario,
así como articulista en prensa y
revistas españolas y argentinas. Falleció en Buenos Aires en 1966.
Para consultar su vida y sus obras ver www.lanoveladelapatagonia.com
Para consultar su vida y sus obras ver www.lanoveladelapatagonia.com
Para solicitar ejemplares del libro info@lanoveladelapatagonia.com
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