Artículo publicado en " Filandón" Suplemento Literario de El Diario de León por Alfredo Garcia 30 Diciembre 2012
El polifacético Ignacio Prieto del Egido es autor de ‘La novela de la Patagonia’, una obra indispensable. El astorgano Ignacio Prieto del Egido fue escritor de variados registros. Pero fue ‘La novela de la Patagonia’ (1938) la obra que le dio verdadero renombre en la Argentina de su tiempo. La novela es esencialmente autobiográfica, y su protagonista, Germán, trasunto del propio autor
Existen
las casualidades. Claro. Y dependemos de ellas en no pocas ocasiones. Pero
también es muy conveniente tener siempre los ojos abiertos. De ambas cosas surgen
encuentros que enriquecen algunos panoramas. Del astorgano y maragato, que
siempre llevo en cualquier declaración de intenciones, surgió el conocimiento
de Miguel Arias, con un cuadro en el Museo de Bellas Artes de Cuba,
significativo en el cambio del siglo XIX al XX. O del tango de Gardel para las
maragatas de Uruguay . Por qué no la presencia de un Cristo gótico del siglo
XV, astorgano, que puede contemplarse en Tenerife. O el no menos atractivo
encuentro, a través de algunas imágenes, del fotógrafo José Ortiz Sicilia. Son,
por citar algunos, ejemplos que muestran cuántos brazos se abren por los mundos
con presencias maragatas poco conocidas. O desconocidas. Y es que lo maragato y
astorgano, con perfil muy definido, se abre, felizmente, al interés en las
geografías más inesperadas.
Una
referencia de Martín Martínez, siempre atento a cuanto ocurre en su entorno, me
ayudó a completar pistas que me conducían a Ignacio Prieto del Egido (Astorga,
1895-Buenos Aires, 1969?). Escritor de variados registros –novela, poesía,
teatro, cuento …-, fue precisamente La
novela de la Patagonia (Ed.
Ser) la obra que le dio verdadero renombre en la Argentina de su tiempo, a
pesar de que otros títulos se agotasen más rápidamente. El argentino residente
entre nosotros César Tamborini había conseguido fotocopiarme al menos la
novela, que busqué en vano durante días en las increíbles librerías de la
capital de aquel país. La obra me llegó, al fin, gracias a las gestiones de
Marina Porrúa, profesora de la Universidad de Mar del Plata. Un largo recorrido
que mereció la pena. Ahora,
creo, es necesario recuperar no solo esta obra, sino cuanto sea posible, y
dedicar a poner en valor su figura en unas jornadas que bien pueden celebrarse
en la Casa de Panero en Astorga, con vocación de convertirse en inevitable
referencia literaria y cultural de las múltiples riquezas de la comarca. 2014
sería buena fecha, pues se cumplirá entonces el centenario de la llegada de
nuestro escritor a Argentina, eje fundamental de su actividad tanto profesional
como literaria.
La lucha por la fama
No
conocemos con exactitud las razones de su marcha a aquel país americano, donde
tenía algunos parientes. Finalizados los estudios de Perito Mercantil, emigró
con 19 años, posiblemente en busca de una nueva vida, quizá de nuevas
experiencias para fortalecer su pasión literaria, acaso por su «desgraciada
adolescencia» (p. 19), puede que debida a la pronta pérdida de sus padres.
Sea
como fuere, lo cierto es que se afincó inicialmente en Buenos Aires, y comenzó
a ejercer su profesión en el Banco Mercantil, puesto que abandonó «cansado de
soportar las majaderías del contador» (p. 19).
Es
necesario advertir ya que La
novela de la Patagonia es
esencialmente autobiográfica, y su protagonista, Germán, trasunto del propio Ignacio
Prieto del Egido. Este primer desengaño laboral fue la razón por la que decidió
establecerse en el interior del país. Su historia es la historia de un sueño
(«soñador Germán», leemos en la segunda de las cuatro partes de la novela):
«Germán amaba las letras, sentía pasión por la literatura, pero tenía que
dedicarse a los números» (p. 17). Y se instalará en la Patagonia (Zapala,
Sañi-Có, Chichiguau, Chos Malal, Barbarcó, Buta Ranquil…), con frecuentes
regresos a Buenos Aires –él se siente en todo momento porteño-, ciudad a la
que, además, está vinculado por la amistad y el amor, temas ambos que exigirían
una explícita reflexión. «Vete a la Patagonia, allí está el porvenir», le
recomiendan sus amigos. En su sueño se fortalecía el deseo de hacer fortuna antes
de los 30 años para después dedicarse a la escritura. Además,
conociendo las insólitas condiciones de vida de aquellas gentes y el portento
paisajístico en que se desenvolvían sus vidas, «dada la afición a las letras,
pensaba en que podría utilizar algún día todo aquello que había visto, si es
que no lo había soñado… (p. 103). Y así fue realmente. Su experiencia
patagónica tiene lugar, aproximadamente, entre 1915 y 1930. Ordenadas ideas,
sentimientos, datos y experiencias aparecerán en la novela unos años más tarde
(1938) y once años después en la intensidad lírica de Nieve volada: Poemas patagónicos.
En
esa voluntad de hierro en que sustentó sus argumentos para conseguir la fama
literaria, el astorgano –no se olviden, Germán- leía y escribía siempre que el
trabajo de los boliches se lo permitía. En una de esas alejadas poblaciones lo
encontró Julio R. Barcos, visitador de escuelas entonces, prologuista después
de la novela: «… me encontré –escribe- con este raro spécimen de bolichero y
literato que hacía números y escribía versos alternativamente detrás del
mostrador». Y en la novela se abunda (p. 167) en que «no era raro que en una
misma hoja de papel tuviera de un lado números y del otro versos».
Al
final, sin embargo, triunfarán los números. Desesperado porque el triunfo
literario no llegaba, se sintió fracasado. Desapareció el sueño inicial, e
intensificados los negocios, le permitieron acumular un «opulento capital».
«Los números –leemos al final- habían triunfado sobre las letras, sin esperanza
ya –era algo tarde-, de que las letras saliesen adelante». Con mayor
plasticidad, las palabras de Julio R. Barcos: «El hombre ambicioso que ansiaba
hacerse literato termina haciéndose burgués. Fracasa en sus sueños del arte y
triunfa como hombre de negocios. Y, naturalmente, el hombre de negocios se come
al hombre de letras en ciernes».
Astorgano y universal
El
buceo en los orígenes del autor, cuando la obra tiene otro aliento y otros
intereses, se puede convertir en un riesgo. Es verdad que en la novela hay algunos
guiños maragatos. Al margen del «potrillo flaco, pero bastante sufrido»
conocido como ‘el Maragato’, hay un rasgo de ternura cuando encuentra en
aquellas tierras perdidas a una «española, de la región maragata, un mujer de
aldea, semianalfabeta y voluminosa» (p. 138) que preguntaba a su hijo «con su
entonación maragata» (p. 144) y que rápidamente siente «una mal disimulada
simpatía por Germán» (p. 146), de tal manera que cuando este le anuncia su
regreso a Buenos Aires, «la maragata se quedó fría y aun dejó caer algunas
lágrimas» (p. 147). También retorna el protagonista a la infancia para recordar
las trillas que conoció (p. 239) o «las canciones aprendidas en la primera
edad» (p. 229).
En
la vida de Ignacio Prieto del Egido hay una presencia real de lo maragato y de
Astorga. En algunos artículos publicados en El
Pensamiento Astorgano escribió
sobre el inicio de la emigración maragata hacia aquel país que él tanto conoció
y amó, sobre el mítico Carmen de Patagones, donde tantos debieron vivir en las
cuevas que aún se conservan. Nunca estuvo desvinculado de su ciudad natal el
escritor, y a ella regresó en ocasiones. «Reviví
emocionada aquel momento emotivo, muy lejano ya –escribe su sobrina Julia Gómez Prieto-, en que
conocí personalmente al autor de La Novela de la Patagonia, Ignacio Prieto del
Egido, mi tío materno, siendo yo muy niña, un verano de los años 50 en Astorga.
Un encuentro emotivo que habría de marcarme para el resto de mi vida. Fue en la
gran casa familiar de la
Plaza Mayor, aquella casa que fue durante 30 años el
Consulado de Argentina en la Maragatería, y en la que ondeaba orgullosa la
bandera blanquiazul».
La
raíz en que se asienta la dimensión de universalidad, en el caso que nos ocupa,
es haberse convertido en referente de la llamada novela de la Patagonia, un
género que ha atraído miles de miradas de todo el mundo. Mempo Giardinelli, un
reputado escritor argentino al que conocí en su ciudad natal, Resistencia,
reconocía el arranque literario que en esta línea había supuesto la obra de nuestro
paisano. En el caso de Giardinelli, con Final de novela en Patagonia (2000).
Razón
suficiente y poderosa. Poco más ha de añadirse.
Novela indispensable
La
novela de Prieto del Egido es de mucho interés. Indispensable. A través de una
medida mezcla de realidad y ficción, se narra una historia, una vida y unas
circunstancias que reflejan la intensidad vital de un emigrante «madurado
prematuramente en el rudo batallar de la existencia» en aquella inhóspita
región argentina de hace un siglo. «Quien no tenga aventuras en su haber, como
quien no haya amado, no ha vivido», escribe (p. 143).
El
escenario es, como queda dicho, la Patagonia, que se erige en auténtica
protagonista: tipos humanos curiosos, paisajes con magníficas descripciones que
incardinan en él al hombre, costumbres y tribus –a Germán le interesaban mucho
los indios, especialmente los araucanos-, variantes léxicas de notable riqueza
pero con un lenguaje apegado a la realidad que facilita el encuentro lector con
una prosa limpia y directa. Un mundo de sensaciones. Y es que –hay que
subrayarlo con el énfasis y la pasión que pone en ello-, la Patagonia, a pesar
de todo, «seguía atrayéndolo con invencible magnetismo». Durante toda su vida
fue un defensor de sus territorios, uno de los más fervorosos líderes y
permanente defensor de sus derechos y sus grandezas.
Hay
descubrimientos deslumbrantes. «Es un libro de palpitante actualidad y
patriótico interés para los argentinos», afirma Julio R. Barcos, que añade: «El
escritor ha escrito una obra documental, cuyo valor informativo supera al
literario, sin dejar por eso de ser una obra de arte». Por eso la crítica
literaria argentina –Ricardo Rojas, Félix San Martín, Manuel Blasco Garzón,
Ángel Ossorio y Gallardo…- y la prensa –La Nación, Noticias Gráficas, La Razón,
Claridad…- saludaron y valoraron muy positivamente la aparición de la obra, y
situaron al autor «en primera fila entre los novelistas regionales del país».
Los elogios se sucedieron incidiendo de forma especial en el hecho de que el
autor nos pone en contacto con la naturaleza bravía del Neuquén y con sus
pobladores indígenas, su argumento sirve para construir una obra pletórica de
observación y de clima y que «es tanto el contenido –no sólo descriptivo, sino
que con toda justicia podríamos llamar documental- que existe en esta obra, que
el papel protagónico parece no reservado a un hombre, sino a un ambiente; es
como si lo individual desapareciera detrás de la masa natural y humana, que
campea en toda la obra con la jerarquía de su sola presencia» (Noticias
Gráficas).
Hermosa,
pionera, indispensable, la novela del astorgano es, además, una fuente muy rica
para trazar su propia peripecia de pensamiento –muy moderno para la época- y
literaria, con reflexiones en cuanto a géneros y autores de sus preferencias y
desdenes.
Una
conclusión es evidente al cerrar esta aproximación. El astorgano Ignacio Prieto
del Egido, el precursor de la novela sobre la Patagonia, exige todas las
bendiciones para que forme parte importante del rico paisaje de nuestras letras.
Ahora solo depende de nosotros. Sea bienvenido.
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