Somos nuestra memoria......

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.

Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino

sábado, 19 de enero de 2013

El astorgano que ‘colonizó’ la Patagonia



Artículo publicado en " Filandón"  Suplemento Literario de El Diario de León  por Alfredo Garcia     30 Diciembre 2012

El polifacético Ignacio Prieto del Egido es autor de ‘La novela de la Patagonia’, una obra indispensable. El astorgano Ignacio Prieto del Egido fue escritor de variados registros. Pero fue ‘La novela de la Patagonia’ (1938) la obra que le dio verdadero renombre en la Argentina de su tiempo. La novela es esencialmente autobiográfica, y su protagonista, Germán, trasunto del propio autor





Existen las casualidades. Claro. Y dependemos de ellas en no pocas ocasiones. Pero también es muy conveniente tener siempre los ojos abiertos. De ambas cosas surgen encuentros que enriquecen algunos panoramas. Del astorgano y maragato, que siempre llevo en cualquier declaración de intenciones, surgió el conocimiento de Miguel Arias, con un cuadro en el Museo de Bellas Artes de Cuba, significativo en el cambio del siglo XIX al XX. O del tango de Gardel para las maragatas de Uruguay . Por qué no la presencia de un Cristo gótico del siglo XV, astorgano, que puede contemplarse en Tenerife. O el no menos atractivo encuentro, a través de algunas imágenes, del fotógrafo José Ortiz Sicilia. Son, por citar algunos, ejemplos que muestran cuántos brazos se abren por los mundos con presencias maragatas poco conocidas. O desconocidas. Y es que lo maragato y astorgano, con perfil muy definido, se abre, felizmente, al interés en las geografías más inesperadas.
Una referencia de Martín Martínez, siempre atento a cuanto ocurre en su entorno, me ayudó a completar pistas que me conducían a Ignacio Prieto del Egido (Astorga, 1895-Buenos Aires, 1969?). Escritor de variados registros –novela, poesía, teatro, cuento …-, fue precisamente La novela de la Patagonia (Ed. Ser) la obra que le dio verdadero renombre en la Argentina de su tiempo, a pesar de que otros títulos se agotasen más rápidamente. El argentino residente entre nosotros César Tamborini había conseguido fotocopiarme al menos la novela, que busqué en vano durante días en las increíbles librerías de la capital de aquel país. La obra me llegó, al fin, gracias a las gestiones de Marina Porrúa, profesora de la Universidad de Mar del Plata. Un largo recorrido que mereció la pena. Ahora, creo, es necesario recuperar no solo esta obra, sino cuanto sea posible, y dedicar a poner en valor su figura en unas jornadas que bien pueden celebrarse en la Casa de Panero en Astorga, con vocación de convertirse en inevitable referencia literaria y cultural de las múltiples riquezas de la comarca. 2014 sería buena fecha, pues se cumplirá entonces el centenario de la llegada de nuestro escritor a Argentina, eje fundamental de su actividad tanto profesional como literaria.
La lucha por la fama
No conocemos con exactitud las razones de su marcha a aquel país americano, donde tenía algunos parientes. Finalizados los estudios de Perito Mercantil, emigró con 19 años, posiblemente en busca de una nueva vida, quizá de nuevas experiencias para fortalecer su pasión literaria, acaso por su «desgraciada adolescencia» (p. 19), puede que debida a la pronta pérdida de sus padres.
Sea como fuere, lo cierto es que se afincó inicialmente en Buenos Aires, y comenzó a ejercer su profesión en el Banco Mercantil, puesto que abandonó «cansado de soportar las majaderías del contador» (p. 19).
Es necesario advertir ya que La novela de la Patagonia es esencialmente autobiográfica, y su protagonista, Germán, trasunto del propio Ignacio Prieto del Egido. Este primer desengaño laboral fue la razón por la que decidió establecerse en el interior del país. Su historia es la historia de un sueño («soñador Germán», leemos en la segunda de las cuatro partes de la novela): «Germán amaba las letras, sentía pasión por la literatura, pero tenía que dedicarse a los números» (p. 17). Y se instalará en la Patagonia (Zapala, Sañi-Có, Chichiguau, Chos Malal, Barbarcó, Buta Ranquil…), con frecuentes regresos a Buenos Aires –él se siente en todo momento porteño-, ciudad a la que, además, está vinculado por la amistad y el amor, temas ambos que exigirían una explícita reflexión. «Vete a la Patagonia, allí está el porvenir», le recomiendan sus amigos. En su sueño se fortalecía el deseo de hacer fortuna antes de los 30 años para después dedicarse a la escritura. Además, conociendo las insólitas condiciones de vida de aquellas gentes y el portento paisajístico en que se desenvolvían sus vidas, «dada la afición a las letras, pensaba en que podría utilizar algún día todo aquello que había visto, si es que no lo había soñado… (p. 103). Y así fue realmente. Su experiencia patagónica tiene lugar, aproximadamente, entre 1915 y 1930. Ordenadas ideas, sentimientos, datos y experiencias aparecerán en la novela unos años más tarde (1938) y once años después en la intensidad lírica de Nieve volada: Poemas patagónicos.
En esa voluntad de hierro en que sustentó sus argumentos para conseguir la fama literaria, el astorgano –no se olviden, Germán- leía y escribía siempre que el trabajo de los boliches se lo permitía. En una de esas alejadas poblaciones lo encontró Julio R. Barcos, visitador de escuelas entonces, prologuista después de la novela: «… me encontré –escribe- con este raro spécimen de bolichero y literato que hacía números y escribía versos alternativamente detrás del mostrador». Y en la novela se abunda (p. 167) en que «no era raro que en una misma hoja de papel tuviera de un lado números y del otro versos».
Al final, sin embargo, triunfarán los números. Desesperado porque el triunfo literario no llegaba, se sintió fracasado. Desapareció el sueño inicial, e intensificados los negocios, le permitieron acumular un «opulento capital». «Los números –leemos al final- habían triunfado sobre las letras, sin esperanza ya –era algo tarde-, de que las letras saliesen adelante». Con mayor plasticidad, las palabras de Julio R. Barcos: «El hombre ambicioso que ansiaba hacerse literato termina haciéndose burgués. Fracasa en sus sueños del arte y triunfa como hombre de negocios. Y, naturalmente, el hombre de negocios se come al hombre de letras en ciernes».
Astorgano y universal
El buceo en los orígenes del autor, cuando la obra tiene otro aliento y otros intereses, se puede convertir en un riesgo. Es verdad que en la novela hay algunos guiños maragatos. Al margen del «potrillo flaco, pero bastante sufrido» conocido como ‘el Maragato’, hay un rasgo de ternura cuando encuentra en aquellas tierras perdidas a una «española, de la región maragata, un mujer de aldea, semianalfabeta y voluminosa» (p. 138) que preguntaba a su hijo «con su entonación maragata» (p. 144) y que rápidamente siente «una mal disimulada simpatía por Germán» (p. 146), de tal manera que cuando este le anuncia su regreso a Buenos Aires, «la maragata se quedó fría y aun dejó caer algunas lágrimas» (p. 147). También retorna el protagonista a la infancia para recordar las trillas que conoció (p. 239) o «las canciones aprendidas en la primera edad» (p. 229).
En la vida de Ignacio Prieto del Egido hay una presencia real de lo maragato y de Astorga. En algunos artículos publicados en El Pensamiento Astorgano escribió sobre el inicio de la emigración maragata hacia aquel país que él tanto conoció y amó, sobre el mítico Carmen de Patagones, donde tantos debieron vivir en las cuevas que aún se conservan. Nunca estuvo desvinculado de su ciudad natal el escritor, y a ella regresó en ocasiones. «Reviví emocionada aquel momento emotivo, muy lejano ya –escribe su sobrina Julia Gómez Prieto-, en que conocí personalmente al autor de La Novela de la Patagonia, Ignacio Prieto del Egido, mi tío materno, siendo yo muy niña, un verano de los años 50 en Astorga. Un encuentro emotivo que habría de marcarme para el resto de mi vida. Fue en la gran casa familiar de la Plaza Mayor, aquella casa que fue durante 30 años el Consulado de Argentina en la Maragatería, y en la que ondeaba orgullosa la bandera blanquiazul».
La raíz en que se asienta la dimensión de universalidad, en el caso que nos ocupa, es haberse convertido en referente de la llamada novela de la Patagonia, un género que ha atraído miles de miradas de todo el mundo. Mempo Giardinelli, un reputado escritor argentino al que conocí en su ciudad natal, Resistencia, reconocía el arranque literario que en esta línea había supuesto la obra de nuestro paisano. En el caso de Giardinelli, con Final de novela en Patagonia (2000).
Razón suficiente y poderosa. Poco más ha de añadirse.
Novela indispensable
La novela de Prieto del Egido es de mucho interés. Indispensable. A través de una medida mezcla de realidad y ficción, se narra una historia, una vida y unas circunstancias que reflejan la intensidad vital de un emigrante «madurado prematuramente en el rudo batallar de la existencia» en aquella inhóspita región argentina de hace un siglo. «Quien no tenga aventuras en su haber, como quien no haya amado, no ha vivido», escribe (p. 143).
El escenario es, como queda dicho, la Patagonia, que se erige en auténtica protagonista: tipos humanos curiosos, paisajes con magníficas descripciones que incardinan en él al hombre, costumbres y tribus –a Germán le interesaban mucho los indios, especialmente los araucanos-, variantes léxicas de notable riqueza pero con un lenguaje apegado a la realidad que facilita el encuentro lector con una prosa limpia y directa. Un mundo de sensaciones. Y es que –hay que subrayarlo con el énfasis y la pasión que pone en ello-, la Patagonia, a pesar de todo, «seguía atrayéndolo con invencible magnetismo». Durante toda su vida fue un defensor de sus territorios, uno de los más fervorosos líderes y permanente defensor de sus derechos y sus grandezas.
Hay descubrimientos deslumbrantes. «Es un libro de palpitante actualidad y patriótico interés para los argentinos», afirma Julio R. Barcos, que añade: «El escritor ha escrito una obra documental, cuyo valor informativo supera al literario, sin dejar por eso de ser una obra de arte». Por eso la crítica literaria argentina –Ricardo Rojas, Félix San Martín, Manuel Blasco Garzón, Ángel Ossorio y Gallardo…- y la prensa –La Nación, Noticias Gráficas, La Razón, Claridad…- saludaron y valoraron muy positivamente la aparición de la obra, y situaron al autor «en primera fila entre los novelistas regionales del país». Los elogios se sucedieron incidiendo de forma especial en el hecho de que el autor nos pone en contacto con la naturaleza bravía del Neuquén y con sus pobladores indígenas, su argumento sirve para construir una obra pletórica de observación y de clima y que «es tanto el contenido –no sólo descriptivo, sino que con toda justicia podríamos llamar documental- que existe en esta obra, que el papel protagónico parece no reservado a un hombre, sino a un ambiente; es como si lo individual desapareciera detrás de la masa natural y humana, que campea en toda la obra con la jerarquía de su sola presencia» (Noticias Gráficas).
Hermosa, pionera, indispensable, la novela del astorgano es, además, una fuente muy rica para trazar su propia peripecia de pensamiento –muy moderno para la época- y literaria, con reflexiones en cuanto a géneros y autores de sus preferencias y desdenes.
Una conclusión es evidente al cerrar esta aproximación. El astorgano Ignacio Prieto del Egido, el precursor de la novela sobre la Patagonia, exige todas las bendiciones para que forme parte importante del rico paisaje de nuestras letras. Ahora solo depende de nosotros. Sea bienvenido.


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