Catedrática de Lengua y Literatura Española
La novela hispanoamericana
ha conocido —en la segunda mitad del siglo XX— un momento de desarrollo único en
su historia, tanto por su indiscutible calidad, como por el reconocido y muy
merecido éxito, tanto de crítica, como de público. La coincidencia en el tiempo
de nombres de extraordinario talento, hizo que la novela americana en lengua
española se situara a la cabeza de los grandes escritores, tanto en aquel
continente como en el europeo. Pero ese «boom», como lo llamó José Donoso, uno
de sus protagonistas, de la narrativa no surgió por generación espontánea, sino
que fue el resultado de la preparación realizada por sus antepasados que
escribieron en las primeras décadas del siglo.
LA NOVELA HISPANOAMERICANA DE 1900 A 1950 :
Se puede afirmar que el realismo narrativo es la técnica
dominante en estos inicios del siglo XX y la temática más frecuente gira en
torno al intento de presentar la peculiaridad americana. Con este fin, los
novelistas se centran en dos aspectos fundamentales:
1.º.- La naturaleza americana exaltada en toda su
grandiosidad y elevada a la categoría de divinidad virginal, cuyo inmenso poder
determina el destino del hombre. Es la novela de la tierra o telurismo, que dio
frutos tan notables como Doña Bárbara, en Venezuela, La vorágine,
en Colombia, o Don Segundo Sombra, en Argentina, la novela de la Pampa y
el gaucho.
La primera de ellas nos
presenta la dureza de la vida en la sabana venezolana grandiosa y despiadada. Su autor —Rómulo
Gallegos— uno de los grandes autores de la novela hispanoamericana creó esa
necesidad de narrar la epopeya del hombre enfrentado a toda serie de pruebas
hostiles que le conducirán inexorablemente a la rendición ante la omnipotente
diosa-naturaleza.
José Eustasio Rivera crea
con La vorágine la novela de la selva amazónica, hermosa y terrible
devoradora de vidas humanas. La novela posee cuadros de costumbres y
consideraciones de tipo social, pero, por encima de todo, destacan sus
magníficas descripciones.
Quizá sea el argentino
Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra, el novelista que mejor
supo mostrar esa profunda interrelación genesíaca entre el hombre y la tierra,
incorporando muy acertadamente los rasgos costumbristas a la épica lucha contra
los elementos, sin caer en aspectos triviales o folklóricos, tan frecuentes en
los relatos de la época.
2.º .- El
segundo aspecto que caracteriza la novela hispanoamericana de comienzos del
siglo XX es la exaltación idealizada del indígena con un propósito de denuncia
frente al explotador ambicioso y cruel que los desprecia y utiliza con fines
egoístas. Es la novela indigenista,
cuya raíz hay que buscarla en el romanticismo europeo y su doctrina del «buen
salvaje» roussoniano, a la que se suma el propósito de búsqueda de lo autóctono
y la preocupación social.
Es en 1919 cuando el
boliviano Alcides Arguedas publica Raza de bronce, en la que el indio
del altiplano andino aparece románticamente idealizado frente a la impiedad de
los terratenientes.
En esa línea se sitúa el
ecuatoriano Jorge Icaza con títulos como Huasipungo, o Elchulla
Romero y Flores, novelas en las que la violencia llega a alcanzar tintes de
truculencia en su deseo de denunciar la dramática situación de los indios.
El gran novelista de la
corriente indigenista es el peruano Ciro Alegría (1909-1967) autor de tres
novelas y una colección de relatos. Sin renunciar a su propósito de denuncia,
hay en sus novelas una evidente preocupación artística y una marcada superación
del realismo, lo que pone de manifiesto el cansancio que se estaba produciendo
del realismo narrativo. Los frutos más evidentes de este hecho serán, entre
otros, la irrupción de la imaginación y los elementos fantásticos.
Fenómeno este tan bien
descrito por Alejo Carpentier para quien la asombrosa realidad hispanoamericana
no cabe en el realismo puro, por lo que inventa la expresión «lo real
maravilloso», marcando, así, la transición a la extraordinaria generación de
novelistas, a la que él mismo pertenece.
El panorama narrativo cambia a partir de la mitad del
siglo con la obra de una serie de escritores cuyos relatos han superado la
realidad inmediata para mostrar otra realidad extraña, inquietante, mágica y
fantástica. Los iniciadores son Jorge Luis Borges, Miguel ángel Asturias, Alejo
Carpentier, Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti y otros que abrieron el camino
de lo que será la antesala del «boom» y el definitivo reconocimiento a la
calidad literaria de los autores hispanoamericanos. Estos autores salvarán a la
narrativa de la crisis en la que la sumió el exceso de regionalismo, realismo,
costumbrismo y protesta.
Desde los años cincuenta,
pero con especial incidencia en los sesenta, se produce, por muy diversas
razones, el citado «boom» de la novela hispanoamericana. Escritores como
Cortázar, Fuentes, García Márquez o Vargas Llosa cuya obra se caracteriza por
la perfecta asimilación de la más novedosa narrativa occidental, sobre todo
norteamericana —Faulkner, Hemingway o Conrad— y la experimentación formal.
LA NOVELA DE LA PATAGONIA : ESTRUCTURA Y ARGUMENTO
En este contexto de la primera mitad del siglo XX se
publica en Buenos Aires, en 1.938, La novela de la Patagonia, relato muy
acorde con su tiempo, como claramente especifica su autor en la dedicatoria,
aunque sin renunciar a su espíritu romántico, como explica en la introducción
en la que nos presenta a Germán, el protagonista del relato y alter-ego del
autor, al que compara románticamente nada menos que con Don Quijote en su
búsqueda del ideal, en el caso del manchego, inexistente, pero muy real en el
caso de Germán: alcanzar el éxito como escritor. De él dirá su creador:
«Fue su vida una marcha constante hacia el ideal» ( pág.
15 ) para, en el camino lograr «el éxito material que él no perseguía» (pág. 16
).
La novela viene dividida en cuatro partes de desigual
extensión, en cada una de las cuales los motivos y estructura básica son
paralelos: Germán, perito mercantil, se gana la vida como contable o tenedor de
libros en diferentes establecimientos bonaerenses, tarea que no le gusta, pero
que lleva a cabo afanosamente con el sueño de amasar una fortuna que le permita
dedicarse plenamente a realizar su sueño como escritor de éxito. El relato
arranca en la capital argentina, donde Germán no halla sosiego. Como todo héroe
romántico siente esa inexplicable desazón que le conduce a una permanente huida
de un ambiente que él considera sórdido, en profundo contraste con su
temperamento idealista y sentimental. Inicia un largo y penosísimo viaje hacia
el sur. Su destino, Neuquén, en la Patagonia.
La descripción del viaje, en condiciones durísimas, es
una sucesión de anécdotas que van ilustrando las sensaciones que el autor
quiere trasladar a los lectores, a la vez que ponen de relieve la determinación
de Germán. Pero es, ante todo, el contacto con los indígenas lo que vertebra la
simbiosis entre la tierra y sus habitantes, así como la toma de contacto de
Germán con su nueva realidad. No podía faltar la reflexión de tipo social, tan
inseparable de la novela de estos años.
El capítulo IX de esta
primera parte, titulado barojianamente «La lucha por la vida» lleva un largo
epígrafe que revela aquella actitud:
«Los pulches o araucanos del Neuquén. Su incorporación a
la civilización. Su situación de inferioridad. Su despojo y persecución como
raza réproba, no obstante sus virtudes» (pág. 93). Los doce capítulos que
integran esta parte de la novela consisten en relatos de las aventuras que van
forjando el carácter de Germán, dándole a conocer la condición humana con sus
traiciones y contradicciones, pero Germán no decae jamás, sino que sigue
alimentando su ideal de gloria y renombre literario, llenando su escaso tiempo
libre con lectura. Al mismo tiempo asistimos los lectores al descubrimiento que
Germán va haciendo del mundo indígena «tratando de penetrarlos
psicológicamente, estudiando sus costumbres, idiosincrasia e idioma» ( pág. 47
).
A partir de estos momentos, la atención del autor se
centra en el exótico mundo araucano y, de él, a la peripecia humana de Germán.
A través de su mirada vamos conociendo un mundo que se va haciendo. Los
araucanos que dibuja nuestro joven soñador se encuentran aún en un estadio
intermedio en el camino hacia su integración en el mundo de los europeos que
han implantado sus negocios en la Patagonia con la misma intención que Germán:
amasar dinero para regresar a la civilización. No aparece, por tanto, ningún
propósito colonizador, sino únicamente, el explotador.
En Neuquén se instala Germán
para llevar las cuentas en un boliche en el que convive con un cordobés y un
danés malintencionado que le hace la vida difícil por su mal carácter y sus
pesadas bromas. Esta situación le inclina a acercarse a los indígenas. Vive en
condiciones miserables, debiendo dormir sobre un mostrador y carente de las
mínimas condiciones que precisa un ser humano. Pero Germán no se desanima, sino
que la llama de su sueño permanece inalterable y le alumbra con fuerza para
resistir.
Su curiosidad le lleva
a fijarse en las diferentes etnias que pueblan la región, pero le atrae,
de modo especial, el mundo de los araucanos. Aprende su lengua y sus
costumbres:
«A Germán le interesaban mucho los indios, sus usos y
costumbres. Veía en ellos a las víctimas propiciatorias de la civilización, a
los parias de la región, a quienes todos se sentían con derecho a esquilmar y
explotar a su gusto y gana. Germán, que, como Jesús, estaba siempre con los
humildes, los desheredados, tenía que estar al lado de los indios del Neuquén.
Y no sólo aprendió algo de su lengua, sino que los observó y estudió a su modo,
investigando cuanto pudo acerca de sus hábitos de vida en el presente y en el
pasado. Y tomó los correspondientes apuntes para utilizarlos algún día.» (pág.
52).
El interés que el mundo indígena despierta en Germán lo
refleja el autor ofreciendo exhaustivos datos sobre los araucanos, tomados
principalmente de su experiencia directa, pero también de sus lecturas. El
poema épico de Ercilla, La araucana, junto a libros de historia van
llenando páginas de la novela que nos apartan momentáneamente del hilo central
del relato, trasladándonos al terreno de la antropología o la etnografía. Sorprende la mención a
Baroja en términos que llaman la atención por su tono.
«Por lo pronto Baroja ha dicho —cuando solía decir cosas
interesantes—,que vale más ser salvaje entre salvajes, que esclavo entre
civilizados» ( pág. 95 ). A pesar de lo cual, es evidente la presencia de
Baroja en el pensamiento de nuestro autor, tanto en el título de esta primera
parte, como ya indicábamos, como en el dibujo del personaje.
Germán nos recuerda a Andrés
Hurtado, el alter-ego de Baroja, tanto por su idealismo como por la estructura
de sus viajes, que no son sino el envoltorio de su trayectoria vital. Estos
viajes de Germán se vertebran en un mismo sentido: de Buenos Aires a la
Patagonia y viceversa.
De esta manera, el relato
siempre se organiza en forma radial, teniendo como centro la Patagonia, que se
convierte, así en la protagonista del relato. Allí intenta Germán conseguir un
capital que invertirá en Buenos Aires donde piensa realizar su sueño, pero cada
intento se convierte en un fracaso. Tras el primer intento, regresa a Buenos
Aires donde conoceremos a dos personajes importantes en la vida de Germán : su
amada Margarita y el reencuentro con un amigo de la infancia: Benicio. Desea
entonces quedarse en Buenos Aires, junto a ellos, pero no encuentra ningún
trabajo, lo que le llevará a reiniciar su aventura patagónica en la tercera parte del relato, la más larga
de la novela y la más importante.
A su vez, este capítulo
puede subdividirse en dos partes con un regreso a Buenos Aires que sirve de
línea divisoria. En esta primera salida —la segunda de la novela— se
dirige al norte de la Patagonia, que
continúa fascinando la sensibilidad de Germán por su grandiosa belleza, a pesar
de las terribles dificultades que los esforzados que allí se instalan deben
soportar. De nuevo destacan las vivas descripciones de la vida en la Patagonia
que nos producen la impresión clara de situaciones no inventadas, sino
realmente vividas por el autor. A este respecto, hemos de mencionar el episodio
en que Germán es despertado durante la noche por sentir un agudo pinchazo como
de alfiler:
«Al prender la luz, Germán vio cómo corrían, pared arriba,
como quinientos bichos parecidos a escarabajos.
El peón lo tranquilizó: No haga caso, patroncito, son
vinchucas. De eso hay mucho por aquí.
Las tales vinchucas eran unas chinches gigantes, del
tamaño de las cucarachas, cuyas picaduras son dolorosas y producen inflamación.
Son aladas y abundan donde hay árboles, entrando en las habitaciones
iluminadas, ocultándose durante el día en las rendijas del techo. A Germán lo
acribillaron a lancetazos, impidiéndole descansar.» (pág. 162)
A pesar de los sufrimientos y durísimas pruebas que
Germán deberá afrontar, su idealismo no decae, sino que se ve espoleado por la
belleza del lugar:
«¡Qué hermoso lugar para soñar, para soñar con Margarita
y con las letras, mis dos grandes sueños !...¡ Qué feliz soy!-añadió
sintiéndose dichoso sin saber por qué.» ( pág. 165 ).
Las largas y heladas noches del invierno austral
transcurren contando y escuchando relatos pintorescos transmitidos oralmente
como en los albores de la civilización. Germán se extasía no solo ante la
belleza de la naturaleza, sino también ante la exuberante riqueza en «oro,
petróleo, cobre, plata, carbón, sal, azufre, aluminio… constituyendo riquezas
incalculables» ( pág, 170 ), lo que provoca en Germán reflexiones acerca del
mal gobierno central que sólo se ocupa de la capital.
Tras ocho meses, regresa a
Buenos Aires para visitar a Margarita y, enseguida, reemprender viaje a la
Patagonia chilena donde se convertirá en empresario al adquirir, con un socio,
un boliche al pie de los Andes. Lleno de entusiasmo veía, ahora sí, su sueño
hecho realidad y «todo se lo debía a la Patagonia… ¡Ah Patagonia mía!
—exclamaba— ¡cuán cerca estás de mi alma!» ( pág. 181 ). Y de nuevo el autor se
recrea en la minuciosa descripción de usos y costumbres de todo tipo que anima
con notas de ambiente y la presencia de personajes que dan vida a aquellos
cuadros. Entre ellos, destaca Luisa, una indígena, vecina de Germán, que
frecuenta el boliche y que se quedará a vivir con él. Es esta una relación en
la que no aparece la palabra «amor» y que, por lo tanto, no se considera una
traición a Margarita sino que: «En estos momentos emocionantes, Germán pensó en
Margarita, quien de haber sabido la aventura había de perdonarlo. No era
traicionarla; era resolver el problema de la soledad, era solucionar una
cuestión afectiva de gran importancia. ¡Se sentía tan solo! Y la resolvía al
uso de aquellos lugares tan distantes del registro civil.» (pág. 225).
IMPACTO DE LA PATAGONIA EN EL PROTAGOINISTA
El carácter de Germán se va afirmando a medida que su
comunión con la tierra se va consolidando. Esa unión dará sus frutos en la
personalidad del joven, el más notorio será el sentimiento de libertad:
«Otro atractivo de aquella vida de íngrimo poblador del
desierto que hacía Germán era su libertad absoluta.....Hacía lo que quería sin
testigos, sin prohibiciones: él y su pico blanco, ante la naturaleza y en la
naturaleza misma, sin hombres que coartaran su acción, ni más leyes que las
naturales. Se sentía dichoso en aquella amplitud pétrea, en aquella infinitud
cósmica.» (pág. 229).
Este sentimiento de plenitud se ve empañado por el atraso
en que se vive en la Patagonia. Culpa a los dirigentes políticos que parecen
empeñarse en mantener a la zona en el mayor abandono y el más perfecto olvido.
Es el eterno conflicto entre la vida en la naturaleza y las carencias
materiales que dicha vida mantiene. El estado anímico de Germán oscila entre la
exaltación lírica y el pesimismo. El autor nos lo describe de modo indirecto.
Germán mantiene correspondencia con su amigo Benicio y, en una ocasión, le
confesará: «Toda esta inmensidad me resulta estrecha...» (pág 234).
El autor, siguiendo la romántica tradición costumbrista,
aún practicada en el siglo XX por algunos rezagados, se recrea en la
descripción de una trilla: técnica, utensilios, esfuerzo de los hombres que
participan en ella. Y, como es habitual en estos relatos, el autor sabe cómo
producir la sensación de vivacidad, su interés en la pintura de ambientes y la
sencilla alegría de las gentes expresada en «los cantares de trilla», de clara
raíz española, que el autor ha cuidadosamente recopilado.
Con la llegada del durísimo invierno austral, le llega a
Germán una carta de Benicio en la que le comunica la muerte de su amada
Margarita, a consecuencia de la cruel gripe de 1.918. El golpe es terrible y
Germán se refugiará, una vez más, en lo único que le mantiene en pie: el sueño
de la gloria literaria. Desea, ante todo, triunfar como autor teatral. Pero es
el fracaso de uno de los dos ideales del romántico Germán.
El negocio prospera y Germán empieza a creer sinceramente
que su sueño se hará realidad y podrá regresar a Buenos Aires con el dinero
suficiente para dedicarse a la literatura con total disposición de cuerpo y
alma. Pero algo va a interponerse en la realización de su proyecto. El 21 de
febrero de 1.922 y tras la celebración de las Candelas, el boliche de Germán
será asaltado por cinco forajidos armados que le despojarán de todos sus
bienes. El relato del asalto, los diálogos entre los malhechores y Germán y el
detalle de situaciones como el que describe el llanto de la niñita de Germán y
de Luisa, que lloraba de hambre y uno de los ladrones le prepara el biberón y
se lo ofrece a la pequeña para que se duerma son, probablemente, alguno de los
momentos más logrados de la novela. Hay rapidez, tensión dramática y sensación
de algo vivido por la plasticidad de las descripciones, hasta el punto de que
el lector «vea» la acción con una
técnica cinematográfica.
Germán asume los hechos con
la resignación romántica de quien se considera una víctima de un destino cruel:
«Y, como no hay más remedio que cumplir los imperativos
del destino, Germán dejó, no sin un íntimo dolor, aquellos cerros, en cada
cúspide de los cuales flameaba un pedazo de su alma y en cada base anidaba el
recuerdo de una aventura.» (pág. 279)
EL COMIENZO DEL FIN
Regreso a Buenos Aires, donde se dedicará a escribir.
Publicó un libro de versos, pero su anhelo es triunfar como autor teatral.
Escribe algunas obras que ningún empresario se decide a estrenar, lo que Germán
considera un fracaso. Para colmo de desgracias, no consigue encontrar trabajo y
su situación, tanto económica como anímica, es crítica. Hasta el punto de
desear la muerte y estar a punto de arrojarse al río para acabar con sus
sufrimientos. Por suerte, su fiel amigo, Benicio, descubre sus intenciones y
logra disuadirlo.
Pero Germán ha despertado
definitivamente de su sueño y ha asumido su fracaso como escritor. Vuelto a la
realidad y desprovisto ya de todo ideal-ha fracasado su ideal amoroso y su
ideal literario —se producirá en él una transformación tan radical que provoca
en los lectores cierto estupor. Un comisario de policía sin escrúpulos le propone
un negocio bastante turbio. Germán acepta y, de nuevo, en su adorada Patagonia
regentará un boliche en el que se enriquece trampeando y engañando a los
ingenuos clientes, tanto en el peso como
en las cuentas, pero, con la complicidad del comisario, nadie se atreverá a
denunciarlo.
Han pasado doce años y
Germán es un hombre rico que se ha casado con su sirvienta, que, antes, fue la
concubina del maestro. Su deshonor es completo. Con su esposa forman una
familia numerosa de ocho hijos. Parece haber asumido plenamente su nueva
situación y haber olvidado sus sueños juveniles y su doble fracaso. En ningún
momento muestra orgullo alguno por sus riquezas, pero las disfruta sin
remordimiento alguno. La nota amarga la pone el autor en el momento del
anticlímax novelesco. Germán regresa a Buenos Aires para entrevistarse con
Benicio quien, a pesar de su desacuerdo con las últimas decisiones de Germán,
le sigue siendo fiel. Asisten al teatro donde se representan los últimos éxitos
de autores coetáneos y conocidos de Germán, quienes, a diferencia de él, han
logrado el triunfo literario. Germán siente el mordisco de la envidia y la
novela se cierra con las reflexiones que hace Germán:
«Dinero, sí...¡No soy más que una caja fuerte, un hombre
lleno de billetes, una bolsa de inmundicia!...¿Para qué sirvo?...¿Dónde están
mis sueños, dónde mi vocación literaria, dónde mis ansias de encumbramiento
espiritual, de grandeza literaria?…No, amigo mío, no. ¡Nunca me he sentido más
insignificante que ahora con todo mi dinero!…¡Puaj!…»( pág. 301 )
GERMAN EL ULTIMO ¿ ROMANTICO
Como puede observarse, La novela de la Patagonia
es la historia del final del espíritu romántico del joven Germán y el triunfo
de Germán adulto asentándose en el materialismo más despreciable. La novela está
escrita en tercera persona con un autor omnisciente que ofrece continuamente el
punto de vista del personaje como su alter-ego. El interés del autor se
focaliza en dos vertientes: una, puramente costumbrista y, otra, de carácter
psicológico, primando la primera hasta tal punto que podría decirse que Germán
no es sino el soporte o recurso del autor para potenciar su intención de dar a
conocer la Patagonia en un momento histórico en el que aquella región se encuentra en tránsito hacia una etapa más
moderna, pero también perdiendo los encantos de aquella situación ante-histórica.
El relato entronca directamente con el realismo
decimonónico, que surgió tras la crisis de las ideas románticas, pero sin
haberlas superado por completo. Sobre ese tejido ideológico, el autor evidencia
la influencia tanto del indigenismo, en su continua exaltación de las bondades
de los araucanos y las maldades de los capitalinos que se trasladan allí con una única finalidad
egoísta, como del telurismo tan de moda en los años en que Prieto del Egido
publica su novela. El relato posee una estructura muy clara : los distintos
escenarios en que transcurre la acción se combinan de forma radial: de Buenos
Aires a la Patagonia y viceversa. Dualidad que se manifiesta asimismo en el diseño
del personaje: idealismo y realismo. El idealismo manifestado, a su vez, en dos
frentes : el amoroso, también dual —amor carnal y amor ideal— y el ideal de
vida —la gloria literaria y el triunfo del dinero a cualquier precio, sin el
cual no podría alcanzar aquella, pero con él, solo logra la amargura de su
fracaso como escritor.
En sus sueños llega a compararse con los escritores que
más admira: Cervantes, Espronceda, Zorrilla, Moratín… pero, en ningún momento
se plantea ningún problema de carácter puramente artístico. Él, ante todo
sueña. Es cierto que, en sus ratos libres, lee, pero en ningún momento
observamos que piense en problemas de tipo técnico acerca del arte de escribir.
Se puede decir que piensa más en la gloria que en el camino para alcanzarla, lo
que evidencia el intenso idealismo juvenil y romántico de Germán.
En un espíritu romántico como el suyo, era lógico que la
imponente naturaleza de la Patagonia en estado puro y salvaje le produjera un
fuerte impacto. Lo mismo le ocurre con los indígenas. Idealiza su mundo en la
línea del «buen salvaje» y, al oponerlo a la mezquindad del hombre blanco, en
la misma línea de la novela Raza de bronce, del boliviano Alcides
Arguedas de quien arranca el indigenismo andino. Como hemos indicado, en esa
continua exaltación de la Patagonia, abundan los comentarios que podrían
calificarse como de tipo «social», al constatar las abismales diferencias entre
la vida urbana y la vida de los araucanos, pero es claro que el propósito del
autor no es reivindicativo, sino que parece que esos comentarios potencian la
exaltación del indígena al aparecer como víctimas inocentes del poder
centralista.
La evolución que va experimentando Germán nos lo muestra
como el joven inocente que va madurando y fortaleciendo su carácter a medida
que la dura y áspera realidad lo van forjando, pero sin perder aquella
inocencia primigenia, pues parece que la naturaleza lo protege. Pero la muerte
de Margarita marca el comienzo de su desgracia que culmina con su implicación
en el sucio negocio que le hará rico dejándole la amargura, insensibilidad y
profundo malestar consigo mismo.
Por ello, creo no equivocarme al afirmar que La novela de la Patagonia es una
novela romántica con tintes indigenistas.
Es cierto que el estilo y el lenguaje está lejos de la molesta grandilocuencia
romántica. El resto de los personajes son prototípicos: Margarita es la joven
inocente y hermosa. Enamorada espera pacientemente el regreso de Germán para
realizar su sueño de amor. Benicio es el amigo fiel, el padre que Germán no
conoció y el hermano que nunca tuvo.
Para concluir podemos decir
que el autor antepone la eficacia a la retórica y sus dotes como escritor
alcanzan sus mejores momentos en las descripciones de la Patagonia, la viveza
en la pintura de ambientes o los retratos de personajes secundarios que animan
aquellas descripciones. La estructura externa está bien cuidada, manteniendo en
todo momento esa dualidad entre campo y ciudad, así como entre amor ideal y
amor carnal y, presidiendo esa dualidad, la profunda herida interior de Germán
resultante de contraponer su vida soñada a su vida real.
La novela está narrada en tercera persona, a pesar de lo
cual, mantiene el tono de memorias o confesiones, así como de una crónica
periodística sobre la Patagonia, la
verdadera protagonista de la novela, en quien también se manifiesta esa
dualidad estructural: madre generosa de quien se acerque a ella para extraer
sus tesoros, pero también diosa crudelísima e inhóspita, que impone sus
condiciones a los que se atreven a hollarla. En resumen, una novela
interesante, producto de su tiempo y exponente del «sueño americano». En este
caso, un sueño americano al sur profundo
del continente.
Carmen Casado. Junio de 2012
Carmen Casado. Junio de 2012
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