Somos nuestra memoria......

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.

Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino

domingo, 4 de marzo de 2012

El Prólogo de la Novela


El Prólogo de la Novela está firmado por Julio R. Barcos, ( Coronda, Santa Fe, 1883 - Buenos Aires, 1960) un conocido escritor y pedagogo argentino. Aunque del anarquismo pasó al radicalismo yrigoyenista, siguió expresando un pensamiento básicamente lilbertario hasta el fin de sus días. Como docente, contribuyó a difundir una pedagogía renovadora; aportó a la escuela argentina buenos libros de texto y ensayos metodológicos, y trabajó en la organización gremial del magisterio. Fue Presidente de la Liga Nacional de Maestros (1911), y más tarde participó en la fundación de la Internacional del Magisterio Americano. Editó los clásicos del pensamiento político argentino ( Echeverría, Alberdi, Sarmiento ). Entre sus numerosos libros obtuvo gran difusión y fue luego traducido a varias lenguas La libertad sexual de las mujeres, obra por la cual Barcos merece ser considerado como uno de los pilares ácratas del feminismo moderno.

P R O L O G O

"Hay que salir a conquistar las tierras incultas con las armas de la ciencia y del trabajo". José María Sarobe

"La Novela de la Patagonia" es un libro argentino de palpitante actualidad y patriótico interés para los argentinos.

Por eso la publica la editorial 'SER", cuyo plan es crear un repertorio de obras que enfoquen, en primer término, la existencia social del país, y por extensión, la de los pueblos hermanos de este hemisferio, en franca y enérgica oposición a nuestra paupérrima literatura imaginativa sin la galladura de los ideales claros y vigorosos que reclama el drama del siglo en todos los pueblos libres que quieran continuar siendo libres, esto es: autónomos e integérrimos, no solo en su soberanía política y económica, sino, también, en aquello que da sentido a la libertad: en la soberanía de "su" cultura como expresión de "su" Espíritu.

Todavía los hombres del Plata que cultivan el arte de escribir por escribir, que es la forma activa de la ociosidad, andan por estas tierras como los avestruces con el pescuezo estirado hacia las intrigas políticas de ultramar, sin curiosidad, sin inquietud, sin amor por el terruño en que vieron la luz y se hicieron "hombres"...al menos por las apariencias.

Nuestros literatos no han acabado aun de comprender las extraordinarias dimensiones que en el tiempo y el espacio —la Historia y la Geografía de la civilización -, ofrecen al mundo de hoy y de mañana estos países semi-vírgenes, momentáneamente dopados por el opio de una cultura patológica y decadente que lo ha deshumanizado todo en Europa, desde el arte y la ciencia, hasta la filosofía y la religión.

Tienen la mas colosal tragedia de los siglos ante los ojos y no ven, estos ciegos del alma, que, frente al infierno de la civilización de Occidente -donde se ha endiosado la propiedad y se ha pisoteado al hombre; donde se ha glorificado la iniquidad de la fuerza sobre la santidad del Derecho, y donde el pánico y la desesperación atormentan en estos momentos a 400 millones de seres humanos -, no ven todavía nuestros genios desalquilados del arte y de la política, que el único oasis y la única esperanza de la humanidad, es América. Y por consiguiente, que es aquí donde debemos construir el arca de salvación de los valores eternos de la cultura; vale decir, del Espíritu, para cuando los imperios que llevaron el mundo a esta gigantanasia del capitalismo y del poderío militar, decreten su suicidio por el crimen de la guerra.

El centro de la cultura humana se desplazara, fatalmente, del Viejo al Nuevo Mundo. Sacudir la conciencia de nuestros compatriotas para que todos ayudemos a sacar al país del marasmo en que yace; concitar a los intelectuales a que abran los ojos y miren al interior del país; abran el corazón y comprendan el magisterio altísimo y nobilísimo que les está reservado para cuando pongan su inteligencia al servicio de la patria y de la humanidad, tal es el propósito que alienta la editorial SER. Por eso al admirable libro "Con los ojos del campo", de Jorge Reynoso, le sigue éste de Prieto relacionado también con la vida rural.

Se ha fomentado con los dineros públicos, mediante premios municipales, una literatura chirle, sin ética ni estética, sin espiritualidad y sin masculinidad. Seria interesante averiguar cuántos compatriotas conocen y cuentan en los anaqueles de sus bibliotecas las obras premiadas y quiénes recuerdan los nombres del 99% de los autores premiados.

Como caso típico del acierto con que se estimula la producción intelectual en el país, tengo a la vista un reducido libro de versos de un autor que tuviera le fortuna de obtener dos veces el premio municipal de literatura. Dedica el libro a una perra, una gata y una lora, las cuales llevan el nombre de tres amantes que "no se lo merecieron". ¿Para que recordar lo ocurrido últimamente con el premio otorgado a un libro de versos que produce nauseas?.

Quisiéramos ver que el Estado ayude a los escritores criollos, pero a condición de que éstos sean los directores espirituales de le juventud, los guías de la socieded y los arcángeles libertadores de su patria. No es a guisa de pie forzado que hacemos este exordio. Es declaración previa que se impone para definir la inequívoca posición de la editorial SER.

Sin proponérselo – tal vez - el autor he escrito una obra documental, cuyo valor informativo, supera al literario, sin dejar por eso de ser una obra de arte. "La novela de la Patagonia”, no es, propiamente, lo que en el género literario se acostumbra a clasificar como novela. Pero, acaso el autor, haciendo una elegante pirueta a la preceptiva literaria, se haya dicho con el poeta:

En efecto, en esta novela no hay intriga en torno de la cual mueva el autor los personajes de su fantasía. No es la novela subjetiva del hombre - a pesar del carácter autobiográfico del relato - lo que el escritor ha querido hacer en este caso, sino la novela objetiva del medio telúrico como espectáculo antitético al de la ciudad, con la vida montaraz del hombre del desierto y la aclimatación psicológica del poblador urbano que llega como avanzada de la civilización nacional.

Nada extraordinario en materia de aventuras que excite la imaginación del lector, hay en este relato. Y al mismo tiempo, todo en él es extraordinario, en cuanto al paisaje cósmico y a las costumbres araucanas que se han conservado al margen de la civilización blanca. Tampoco ocurre nada extraordinario en el delicioso relato de Lucio V. Mansilla: "Un viaje al país de los Ranqueles", y es un libro imperecedero.

El sujeto de "La Novela de la Patagonia", no es sino un pretexto de la obra. No superpone el "yo" egolátrico del literato a la escena montaraz en que se mueve el actor, al instalarse ve no como turista, sino como poblador del Neuquén.

Trasmite a la tela el cosmorama estupendo que se dilata ante sus ojos, sin que el pintor deje, naturalmente, de de proyectar sobre el cuadro que crea, el subjetivismo de su alma. Desde este punto de vista, Prieto habría realizado lo que Antonio Machado dijera recientemente al exaltar la suprema dignidad de los poetas del pueblo, declarando que él no había alcanzado esa alcurnia y que solamente podía llamarse un cantor folklórico del saber popular.

La Argentina Austral, que en estos últimos años ha empezado a atraer la mirada de los hombres de Buenos Aires, motivando un gran libro como el del Coronel José María Sarobe: "La Patagonia y sus problemas", cuenta desde ahora con un cantor folklórico en Prieto del Egido.

El valor permanente de esta novela descriptiva y documental, cuyo interés anecdótico no es sino la sal del humor recreativo con que el autor da a los argentinos una lección intuitiva de la geografía humana de la Patagonia, es su riqueza folklórica. Su lectura me ha evocado inolvidables recuerdos de mi jira de visitador de escuelas a través de la pre-cordillera, en pleno invierno, donde me encontré con este raro spécimen de bolichero y literato que hacía números y escribía versos alternativamente detrás del mostrador: Don Ignacio Prieto del Egido, y a quien, un buen día, le pegaron un malón los famosos bandoleros chilenos en la forma tragicómica que se describe en un pasaje de este relato.

Aún cuando no es la fábula lo que más despierta en esta narración la apetencia del lector, no por ello deja de cautivar su interés el fondo melodramático del personaje pio-barojiano de la novela.

Hay dos clases de héroes en el mundo: el que se destaca por su aliento épico en la guerra, y el héroe obscuro y silencioso que lucha diariamente con el sino adverso y se vence a sí mismo contra el miedo a la muerte y a la vida, mirándolas cara a cara a ambas, cayendo cien veces y levantándose otras tantas después de morder el polvo de la derrota.

Para estos héroes de la voluntad no hay condecoraciones. Y, no obstante, sobre la firmeza moral de estos tercos magníficos para la lucha honrada por el pan y por la libertad, descansa la ética positiva de las costumbres sociales. Cuando las altas capas de la sociedad se pervierten y corrompen, estos millares de héroes anónimos del trabajo y la honradez, salvan la ley moral de la sociedad. De esa pasta sin brillo es el personaje creado por nuestro autor.

He aquí la sencilla trama de esta novela: Un joven pobre, lleno de ambiciones intelectuales, va de Buenos Aires al Neuquén, dispuesto a labrarse una posición económica que le permita realizar con absoluta independencia sus sueños de literato. Esta confrontación del hombre moldeado por la ciudad con la naturaleza salvaje, donde se traslada como empleado de un comercio de campaña, suscita una serie de peripecias y serios desencuentros con el medio telúrico al que se trasplantará voluntariamente.

El hombre de la ciudad que quiere hacerse hombre de campo, está condenado a sufrir duras pruebas antes de reeducarse. Poco le cuesta, en cambio, al hombre de campo, hacerse hombre de ciudad. Eso es para él un proceso meramente externo de educación social. Pero el hombre de ciudad es, casi siempre, un ser deshumanizado y frágil cuyo desencuentro con la madre tierra, le ha hecho perder la hombredad bonachona, pero máscula e insumisa del paisano. La refinada vida urbana, le brinda todo hecho; y el tipo sibarita, se desviriliza en razón directa de la molicie y el atildamiento de sus costumbres.

Hemos tocado de soslayo el problema biológico de la educación de la juventud. No es ajena, por cierto, al espíritu de esta obra. El parasitismo social como "Alma Mater" de la educación, ya ha producido entre nosotros sus desastrosos resultados. Hemos llenado las ciudades de pordioseros de todas las categorías, desde el mendigo callejero hasta el que recibe decenas de la lotería nacional, amontonando en los centros urbanos el 70 % de la población del país, despoblando los campos de cuya producción vivimos, pero cuyas riquezas han pasado a manos extrañas, porque a los argentinos no nos atrae el trabajo agrícola, sino el empleo público para trabajar poco y jubilarnos con buen sueldo y si es posible para jubilarnos sin trabajar.

Sin un preconcebido plan didáctico, Prieto le ha dado a su novela un valor educativo trascendental en este sentido. El personaje de su cuento se lanza a la conquista de la Patagonia y sufre reiterados fracasos. Maltrecho y decepcionado regresa dos veces a Buenos Aires en busca de horizontes para sus actividades intelectuales, pero si la Patagonia es inhóspita y bárbara, la metrópoli es avara y sin corazón.

Vuelve a su Patagonia por tercera vez, atraído por los filtros misteriosos de aquella virgen salvaje que lo seduce y lo resiste simultáneamente. En esta última tentativa tiene más suerte. El dios Mercurio lo conduce de la mano por el camino del buen éxito comercial. Y termina nuestro personaje como "los pájaros de barro" de Santiago Rusiñol. Esto es: el joven ambicioso que ansiaba hacerse literato termina haciéndose burgués. Fracasa en sus sueños del arte y triunfa como hombre de negocios. Y, naturalmente, el hombre de negocios se come al hombre de letras en ciernes.

Nos recuerda este desenlace, a aquella joven poetisa de "Los pájaros de barro" que fantasea con las obras poéticas que piensa lanzar cada año a la publicidad, pronunciándose contra la vulgaridad del matrimonio. Pero la divina providencia del azar tiene sus jugarretas. La niña cae en las redes del amor, se casa como cualquiera otra hija de Eva y en lugar de libros de versos va dando a luz un hijo por año. El instinto maternal le canta después al oído que los mejores sonetos de que puede vanagloriarse una mujer son los hijos eugénicamente sanos y hermosos.

Pero el personaje de Prieto no ha logrado para desventura suya, escupir del todo el romanticismo del literato frustrado; no se siente feliz - y así lo confiesa en un arresto de inútil cólera —, al verse convertido en un burgués platudo y barrigón.

Insisto en que este libro no es una obra efímera, sino una de esas obras literarias que, como el buen vino, irá acentuando su buena calidad con el tiempo, a medida que se difunda entre los lectores inteligentes no solo de nuestro país sino también de Chile, a cuyo pueblo afecta el material folklórico con que se colorea la estampa de las costumbres araucanas.

JULIO R. BARCOS

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